Con 2020 llamando a la puerta, cerramos 2019 con sensaciones distintas. Por un lado, la mayoría de las grandes economías han evitado probablemente una recesión y, por otro, que lo han hecho con la certeza de que el crecimiento será muy tenue en 2020, pese a la reciente ronda de estímulos por parte de los bancos centrales y las señales de una tregua en la guerra comercial entre Estados Unidos y China.

El recorte de tipos durante este año, que responde a una desaceleración que pocos preveían por estas fechas en 2018, y a la pérdida de impulso en la economía global han sido las claves que han marcado estos últimos doce meses que, sin embargo, han sido positivos, con algún susto que otro, para la Bolsa.

Es cierto que se puede tener la sensación de que no ha sido así pero la realidad nos demuestra lo contrario. En España, el Ibex 35 a escasas jornadas para cerrar el año acumula una revalorización cercana al 14%. De los 35 valores que lo componen, y a juicio de los expertos, una parte importante acabará el año en positivo, salvo imprevistos relevantes. Hay que recordar que las previsiones para 2019 que se hacían a finales de 2018, hablaban de un mal año para el mercado en general, augurios que afortunadamente no se han cumplido.

El escenario es complejo por los tipos negativos que, según apuntan las políticas de los bancos centrales, se mantendrá así durante un largo periodo de tiempo

Ocurre con frecuencia que cuando estamos convencidos de que algo ira mal, termina yendo mal y sin embargo, ocurre con cierta frecuencia también que, este escepticismo que muestran los organismos internacionales sobre la evolución de las distintas economías, no se reflejan en el mercado

Prácticamente todo está ganando ya en este ejercicio notable, el mejor desde 2009, sobre todo en Estados Unidos. Los expertos se han referido a él como un ‘Grand Cru’, lo que en términos vitivinícolas significa que la finca donde se elaboran vinos excepcionales, gracias a un excelente ‘terroir’ y del buen hacer del agricultor, ha producido una muy buena cosecha",  

Es cierto que, globalmente hablando, si tomamos como referencia lo ocurrido desde finales de septiembre de 2018, los retornos parecen menos impresionantes pero lo que no se puede poner en duda es que indicadores como los de la bolsa neoyorkina, por ejemplo el S&P 500, ha superado ya las expectativas de fin de año.

Pero, y volviendo a España, la certeza generalizada entre los analistas es que los bancos son los que han salido peor parados en este escenario.

En su primer discurso navideño, al frente de Bolsas y Mercados Españoles (BME), Javier Hernani, consejero delegado del hólding, destacaba, en primer lugar, que los dividendos españoles vuelven a ser una "referencia de rentabilidad en el mundo" y la Bolsa española se sitúa en posiciones de "liderazgo internacional con una rentabilidad por dividendo del 4,6%. Pero al mismo tiempo ha hacía hincapié en que casi la mitad de la economía española (el 46,3%) ya se financia en los mercados de valores y no a través del crédito bancario, lo que nos acerca un poco más al modelo anglosajón.

Es cierto que, globalmente hablando, si tomamos como referencia lo ocurrido desde finales de septiembre de 2018, los retornos parecen menos impresionantes

En este sentido, un informe de BME habla de que “las empresas españolas han reducido la dependencia de la financiación bancaria, de la mano del crecimiento de los mercados alternativos… y otras formas de financiación”. Señala además que “el endurecimiento de las condiciones financieras y las consecuentes restricciones del crédito bancario provocaron un daño mayor en el tejido empresarial español que en el de otros países europeos, donde la financiación alternativa de las compañías a través de los mercados tenía un peso mayor”. Nuestras empresas “han aprendido la lección de la crisis”, crisis de la que la banca, sin embargo, no termina de pasar página.

Pese a la titánica restructuración que han acometido en los últimos años, ni el cierre de oficinas, ni la venta de ladrillo o la digitalización han logrado poner fin al gran problema que afronta el sector: la rentabilidad. Un lastre que se suma a la exigente regulación y a los problemas reputacionales en un escenario ya de por sí muy complejo por los tipos negativos que, según apuntan las políticas de los bancos centrales, se mantendrá así durante un largo periodo de tiempo.