El 23 de febrero de 1981 -mañana martes cumpliremos cuarenta años- un grupo de guardias civiles irrumpía en el Congreso, al mando del teniente coronel de la Guardia Civil, Antonio Tejero, un hombre honrado -sí, honrado- que no era sino un estafado por la confianza indebida que depositó en superiores nada honrados que, a su vez, andaban enfrentados entre sí. Además, los propósitos iniciales y la consumación final atravesaron por distintas fases en las que hubo gente que cambió de bando.

Esta vez no son militares de derechas sino milicianos de izquierda, dirigidos por Pablo Iglesias, un hombre muy cobarde para ponerse al frente de una revolución callejera pero experto en generarlas

Aquel golpe de Estado -sin duda reprobable- respondía a la desazón de muchos partidarios de Franco a quienes no agradaban los derroteros que tomaba la naciente democracia. La rebelión fue conjurada desde el poder en cuestión de horas.

Cuatro décadas después vivimos una situación similar en forma de vandalismo y saqueo callejeros (los progres siempre han sido un poco choricetes), sólo que esta vez no es un golpe contra el gobierno de España, sino un golpe apoyado y alentado desde la minoría podemita del propio gobierno… mientras la mayoría socialista del mismo se niega a romper el gobierno de coalición.

Las dos regiones separatistas, Cataluña y Euskadi, se convierten en el epicentro del gamberrismo callejero y del saqueo de comercios: ¿pura coincidencia?

Esta vez no son militares de derechas sino milicianos de izquierda, dirigidos por Pablo Iglesias, un hombre muy cobarde para ponerse al frente de una revolución callejera (te pueden matar, por eso) pero experto en generarlas, que ha tenido la suerte que no tuvieron sus ancestros, los milicianos socialistas, comunistas y anarquistas -Podemos es un mix de esas tres ideologías-: el presidente del Gobierno les ha concedido más poder a los leninistas 3.0, como diría Felipe González, que el que jamás haya tenido el marxismo en España: cuatro ministerios, a Iglesias Turrión con categoría de vicepresidente.

Recuerden que, durante la II República, sólo Largo Caballero se atrevió a meter a los comunistas en el Gobierno… ¡y una vez ya iniciada la Guerra Civil (septiembre de 1936)!  

Cuarenta años después nos encontramos en una situación distinta y, al mismo tiempo, similar. Y lo peor es que, según fuentes podemitas, alarmadas por la deriva iluminada de su líder, Iglesias quiere la revolución perpetrada desde la Moncloa, pretende convertir España en un 15-M -el origen de Podemos- oficial y oficioso.

El golpismo callejero de Pablo Iglesias necesita el caos social y la ruina económica. Sólo en el caos y en la miseria florece la revolución gramsciana

Si lo prefieren en una revolución desde arriba, con dos objetivos: al guerravicilismo por el frentepopulismo -en ello están- y a la ruina económica por el socialismo capitalista -un país, dos sistemas- que, por el momento, sólo ha funcionado en la China atea y oriental pero que no tiene fácil encaje en la cristiana -al menos en sus raíces- y occidental España.

¿La imagen de esta revolución desde arriba? La violencia y el latrocinio al que se sometió a una tienda de ropa deportiva en el Paseo de Gracia barcelonés, este fin de semana.

El golpismo callejero de Pablo Iglesias necesita el caos y la ruina económica. Sólo en el caos social y en la miseria florece la revolución gramsciana.

Lo del majadero venenoso de Hasél no es más que un instrumento como cualquier otro para vender la revolución, por ejemplo en El País, la cadena SER, la Sexta o en RTVE.