“Amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario”, dijo el poeta. Antonio Machado no se enteró de lo que venía a continuación: un feminismo de alcance global, que sólo puede definirse, tal y como hizo el Papa Francisco, aunque luego se echara atrás, con las siguientes palabras: “el feminismo es machismo con faldas”.

Durante el último cuarto de siglo, hemos asistido a un proceso letal para la humanidad: la degeneración de la mujer por el desagüe feminista.

Carmen Calvo no cree en el amor. ¿Y entonces en qué cree? ¿En la utilización de un sexo por el otro y del otro por el uno? 

Veamos el proceso: como asegura la vicepresidenta del gobierno español, Carmen Calvo, el amor no existe. Bueno, ella lo llama amor romántico, pero entiende lo mismo. Ahora bien, si el amor entre varón y mujer no es posible, es más, es un instrumento de dominación, ¿en que cree ella? ¿En la utilización de un sexo por el otro y del otro por el uno?

Desde el momento en que el feminismo, forja una mujer desamorada, pasa a ser, también, mujer des-moralizada. ¿Qué es la moral sino amor? Con la ausencia de moral llega la degeneración, que confunde servicio con sumisión. La degeneración no es otra cosa que forzar a la propia naturaleza.

El feminismo se ha convertido en azote de las dos glorias

Por fin, con la degeneración llega la amargura y la histeria.

Al final, el proceso feminista es muy simple: tenemos a un tipo de mujer (afortunadamente no todas se apuntan la feminismo), por desamorada, desmoralizada; por desmoralizada, degenerada; por degenerada, desquiciada.

El feminismo considera que la virginidad y la maternidad son dos esclavitudes equiparables.

De postre, el feminismo se ha convertido en el azote de las dos glorias de la feminidad: la virginidad y la maternidad. Al parecer, a las feministas no les gusta ni lo uno ni lo otro, ergo ya saben lo que les gusta. Consideran que la virginidad y la maternidad son dos esclavitudes equiparables.

Pero tranquilos, no todas las mujeres son feministas y por ahora siguen siendo minoría los varones tan rematadamente tontos como para confesarse feministos.