• O ambas cosas al mismo tiempo, junto a la entrada de un socio.
  • La pérdida de la mayoría, cada vez más cerca.
  • Y cuidado, porque vender más activos es pan para hoy y hambre para mañana.
  • ¿Dónde queda el compromiso, anunciado en junio, de pagar un dividendo del 3%?
  • Y más importante: ¿Qué futuro espera a la plantilla?
Ya han pasado dos semanas desde el fatídico lunes 3 de agosto, en el que Abengoa anunció, por sorpresa, una ampliación de capital de 650 millones de euros, alrededor de un tercio de su capitalización bursátil de entonces. Dos días antes, el viernes 31 de julio, el consejero delegado, Santiago Seage, presentó los resultados del primer semestre y redujo las previsiones anuales de la compañía. Pero, lo más importante: aseguró que no había ninguna ampliación en el horizonte. La situación de Abengoa se complica cada día, así como la de su accionista de referencia, la familia Benjumea (en la imagen, el presidente, Felipe). Y el silencio que mantiene desde el citado lunes 'negro' –no conocemos con cuánto acudirá a la ampliación- no ayuda a mejorarla. Todo lo contrario. La situación ha empeorado de manera significativa. Lo refleja la cotización, que ha bajado desde 1,4 euros del lunes 3 de agosto hasta el entorno de 0,9 euros por título en el que se mueven actualmente las acciones. Desde julio, Abengoa ha caído un 67% en bolsa. A más a más, que dirían en Cataluña, la rentabilidad de los bonos que vencen en 2020 ya no es del 15% -finales de julio- sino del 31% en el mercado secundario. Y el coste de la deuda a cinco años ya no es del 28,75% sino del 65%. Así las cosas, la familia Benjumea tiene dos posibilidades sobre la mesa: aumentar la ampliación de capital hasta los 800 millones de euros –se acercaría aún más a su valor bursátil, actualmente por debajo de los 1.000 millones- o vender activos por 800 millones y no por los 500 inicialmente previstos. O, por qué no, ambas cosas al mismo tiempo. Todo parece poco para reducir la deuda bruta de 9.800 millones de euros. En todo caso, se da por hecha la entrada de un socio en el accionariado, previsiblemente un fondo extranjero, así como la pérdida de la mayoría por parte de la familia Benjumea. Sea como fuere, ampliar la venta de activos es pan para hoy y hambre para mañana. En el momento, permite ingresar dinero, pero a la larga significa un recorte de la fuente de ingresos. Y si encima hay que repartir más dividendo como consecuencia de la ampliación… Además, ¿cuánto puedes exigir por tus activos si el comprador sabe que necesitas venderlos? Sin duda, el compromiso anunciado en junio de este año de pagar un dividendo del 3% se antoja imposible. Y, sin duda también, no es algo que preocupe mucho en la compañía ahora mismo. Más preocupación hay por el futuro incierto de los 24.000 empleados. Pablo Ferrer pablo@hispanidad.com