He conocido este verano a una mujer -inteligente, en verdad- que trabajaba para uno los más importantes episcopados norteamericanos. Se dedicaba, en pocas palabras, a recaudar fondos para el obispo. Y conseguía muchas donaciones, pero la mayoría de ellas iban destinadas a pagar indemnizaciones ante las posible sentencias de pederastia clerical.

Y conste que se trataba de una gran profesional, porque se precisa mucho saber mucho para que el Estado no se quede con la parte del león de las donaciones a cualquier institución religiosa u ONG.

Ahora bien, es lógico preguntarse si la pederastia clerical, repugnante cuestión ciertamente, aunque muy exagerada (la pederastia clerical es mínima comparada con la pederastia laical) puede solucionarse con dinero. Es lo que hacen los norteamericanos pero yo tengo mis dudas.

El éxito de una iglesia local no se mide por su presupuesto sino por el número de conversiones y de vocaciones

Benedicto XVI me acojo, en su polémica –y formidable- carta, titulada Apuntes. La iglesia debe expulsar al cura pederasta, pero no está tan claro que deba convertirse en un brazo armado, más bien en el chivato de la autoridad civil. A la iglesia siempre le ha ido mal cuando el Estado colabora con ella… y también mal cuando colabora con el Estado. Entre un juicio y una confesión sacramental hay una gran diferencia, porque en el tribunal se condena a quien confiesa su culpa, en la confesión se le perdona.

Pero hay algo más: ¿Una Iglesia que utiliza los instrumentos de la sociedad civil, del Estado, para ser más exactos? No me gusta. Entre otras cosas porque el dinero resulta un resarcimiento para la víctima pero no conlleva ni el arrepentimiento ni el perdón. Y es el perdón el que proporciona la paz. La Iglesia debe expulsar de su seno al miserable cura pederasta pero no es el chivato del Estado.

Cuando la pederastia ya no sirva para atacar a la Iglesia los mismos que la han utilizado contra ella solicitarán la legalización de la pedofilia

Por último, no hay nada como la Iglesia pobre. El éxito de un obispado se mide por el número de conversiones y de vocaciones, no por su presupuesto.

Y todo esto se complementa con la terrible sospecha, que ya empieza a convertirse en realidad: cuando la pederastia ya no sirva para atacar a la Iglesia los mismos que la han utilizado solicitarán la legalización de la pedofilia. Insisto: el proceso ya ha comenzado.