Sr. Director: Al inicio de la Cuaresma, y como dicen que aún somos un país mayoritariamente católico, quizás convenga recordar algunas cosas... Hasta hace unos años, los curas animaban en los funerales a rezar por los difuntos, pues según la doctrina de la Iglesia, tras la muerte, el alma es inmediatamente juzgada por Dios y, según méritos o deméritos, destinada a padecer en el Infierno, a gozar en el Cielo o a pasar una temporada en el Purgatorio. Dentro de lo imposible que supone imaginarse cada uno de estos «lugares» o «estados», y partiendo de que el Infierno es lo peor, y el Cielo lo mejor, el Purgatorio sería un lugar de purificación previo para llegar al Cielo; el destino general adonde irían quienes sin ser malos malísimos, tampoco llegaron a santos de peana. Aunque cabe acelerar el paso al Cielo desde el Purgatorio, aplicando a esas almas nuestros sacrificios, oraciones y buenas obras. Esta ha sido la enseñanza de la Iglesia durante siglos, mas hoy resulta difícil que nos lo recuerden, incluso en un funeral católico; lo que se traduce en que se deja de rezar por los difuntos. Según lo que ahora se suele oír, pareciera que pocos minutos después de la muerte suena un trompetazo de indulto general y todos acceden automáticamente a ocupar su palco celestial. Invitar a rezar por el alma del muerto se ha convertido en un tabú incómodo que se omite, o se disfraza bajo un evanescente panegírico al difunto. Hoy todos los que se mueren son santos. ¡Qué suerte! Miguel Ángel Loma