La veracidad no está de moda. Esto enreda mucho la convivencia. Solo estás a gusto en un grupo de amigos en quienes confías plenamente. Cuando ni se te ocurre pensar en que estén mintiendo. ¿Qué alguna vez han exagerado un poco? Bueno, está dentro del molde habitual de las conversaciones superficiales.

Lo malo es cuando se miente en conversaciones esenciales. Cuando se procura engañar, para salir de un atolladero, en cuestiones profesionales o familiares de importancia. Lo malo es cuando tienes la convicción de que un político te engaña,  si ves que mienten con toda tranquilidad. Y, lo que es peor, se llega a saber, con el tiempo, que aquello era falso y al escándalo del momento al saberlo, sigue un acostumbramiento.

Algunos, muchos, no creen en que exista la Verdad. No creen en que haya cosas totalmente objetivas, indiscutibles. Todo es relativo. No es lo mismo veracidad que Verdad, pero son conceptos primos hermanos. Cuando no se cree en la Verdad, no voy yo a preocuparme por la mía, por decir la verdad. ¡Es que no existe!

Moralmente hablando esto pasa por hacer caso omiso a la conciencia. La conciencia me dice lo que está bien y lo que está mal. ¡Bueno, bueno! Eso está ya pasado de moda. Todos sabemos que cada uno tiene su conciencia. Cada uno tiene su modo de ver las cosas.

“Por supuesto -dice Ratzinger-, el camino alto y arduo que conduce a la verdad y al bien no es un camino cómodo. Es un desafío al hombre. Pero quedarse tranquilamente encerrados en sí mismos no libera, antes bien, actuando así nos malogramos y nos perdemos. Escalando las alturas del bien, el hombre descubre cada vez más la belleza que hay en la ardua fatiga de la verdad y descubre también que justo en ella está para él la redención” (p. 49).