Sr. Director:

El pasado septiembre se empezó a poner en España las primeras dosis de una posible vacuna en voluntarios para probarla contra el COVID en cuyo desarrollo participa nuestro país. En este momento hay en el mundo seis vacunas en fase III, y la competición entre ellas se ha convertido en una cuestión geoestratégica. Rusia anunció hace unos días que tenía muy avanzados sus trabajos, pero la información que facilitó no es fiable.

China quiere utilizar su propia vacuna para ganar influencia en el planeta, su propósito es utilizarla para ganar nuevos socios y aumentar su posición hegemónica en ciertas regiones. Filipinas, que es un país decisivo para la expansión asiática de Pekín, y que sigue en gran medida bajo la influencia de Estados Unidos, recibirá rápidamente el remedio chino. Latinoamérica y el Caribe tendrán créditos por valor de 1.000 millones de dólares para comprarlo. Indonesia, Pakistán, Bangladesh y Vietnam son algunos de los países en Asia que pueden quedar bajo un cierto protectorado sanitario del Gigante Asiático. Y no hay que descartar que la solidaridad interesada de Pekín llegue también a África. Ya sucedió con el envío de material sanitario, cuando el presidente Xi Jinping, impulsor de un nacionalismo imperialista, quiso ocultar los errores del sistema burocrático chino con una suerte de humanitarismo que no tiene nada de gratuito.

Y es que la vacuna o las vacunas serán, en cierto modo, un fracaso si no se puede asegurar un acceso seguro, asequible y eficaz que no tenga un coste político o geoestratégico.