Sr. Director: Cada día podemos conocer y contemplar noticias sobre todo tipo de actos violentos. Existe violencia escolar, juvenil, contra la mujer, en la calle, etc., etc. Además, la publicidad mediática de la violencia y el sexo "surge de las pantallas que hacen como si la contasen y la difundiesen pero, en realidad,  la preceden y la solicitan" (Baudrillard). El origen de algunos actos violentos, como es el terrorismo actual, se debe a fanatismos de diversa índole pero no todo acto violento tiene esa causa. En ocasiones, puede proceder de la acción de individuos o colectivos que no han encontrado el cauce adecuado para dar salida a los graves problemas que les acucian. La historia de los seres humanos refleja la historia del dominio de la razón sobre los impulsos, sin excluir el sexo. El actual descontrol generalizado en alcohol, sexo y drogas está resultando muy negativo en nuestra sociedad, es algo que se constata a diario. En el fondo de estos problemas hay, frecuentemente, múltiples carencias familiares: hijos que ven poco a sus padres, o sea, escasa vida familiar; grandes dosis de televisión e Internet, sin ningún tipo de control; falta de una disciplina mínima; vidas desordenadas, en fin, niños y adolescentes que van creciendo sin apenas conocer límites, inmaduros, caprichosos. No se les ha enseñado los valores de la convivencia, el espíritu de sacrificio, el hábito del esfuerzo y del trabajo, la responsabilidad personal, la solidaridad con los demás. Esta falta de formación en la familia y en la escuela ¿qué resultados produce? todos los que lamentamos a diario. Si nos ceñimos a las mujeres, informes procedentes de la ONU, del Foro de Población, exponen que una de cada tres mujeres en el mundo sufre malos tratos o abusos sexuales. Viene bien recordar unas palabras del poeta mexicano Octavio Paz: "Se suponía que la libertad sexual acabaría por suprimir tanto el comercio de los cuerpos como el de las imágenes eróticas. La verdad es que ha ocurrido exactamente lo contrario. La sociedad capitalista democrática ha aplicado las leyes impersonales del mercado y la técnica de la producción en masa a la vida erótica. Así la ha ido degradando, aunque el negocio ha sido inmenso." Los padres de alumnos de un determinado centro de enseñanza, tratando el tema de la violencia escolar y cómo tratar de resolver las conductas conflictivas de adolescentes y jóvenes, mantuvieron un largo debate. Finalmente, un padre afirmó lo siguiente: "Durante años, hemos estado diciéndole a Dios que se fuese de nuestras escuelas, de nuestros gobiernos, de los medios de comunicación, de las universidades, de los hospitales, que se fuese de todos lados, en definitiva, le echamos de nuestras vidas. Y siendo tan respetuoso de nuestra libertad, el Señor se ha retirado. Ahora nos preguntamos por qué nuestros hijos no tienen parámetros para distinguir el bien del mal. Lo que sembramos es lo que recogemos. Es curioso cómo la gente "manda" a Dios fuera de la historia humana y, luego, se pregunta por qué el mundo está en proceso de destrucción." En la mayoría de los casos, la explosión de violencia está indicando una degradación moral que trastorna profundamente el sentido de la existencia humana y las reglas elementales de  convivencia. Se hace muy necesario un esfuerzo coordinado de reconstrucción moral en el que intervengan todas las fuerzas sociales: sociedad civil, Estados, escuelas, poder mediático, pero lo que urge reconstruir, sobre todo, es la familia, de donde procede, o no, una verdadera transmisión de valores. Parece bastante claro que la influencia familiar es muy importante para cada uno de lo seres humanos y que la estabilidad de una familia es decisiva. Las crisis familiares derivan, en gran parte, de una carencia de valores y de un mal entendimiento de lo que es el amor conyugal en su punto de partida. Construir una familia supone una tarea diaria, la unidad construida día a día por medio de la fidelidad, el compromiso, la paciencia, la generosidad y el verdadero amor. La sociedad será lo que sea cada una de las familias que la componen. Carlota Sedeño Martínez