Sr. Director:

Jair Bolsonaro afirmaba en su toma de posesión como presidente de Brasil que Dios está por encima de todos. Hablar de Dios en nuestro mundo occidental europeo parece algo reñido con el lenguaje “políticamente correcto”. No debería haber problema en invocar a Dios en la escena pública, siempre que se haga con respeto y sin pretender utilizarlo en beneficio propio.

Bolsonaro ha sido elegido por una amplia mayoría de brasileños, cansados de la inseguridad en la calle y de la corrupción de los partidos tradicionales, pero no es precisamente un modelo de político con convicciones cristianas. No es lo mismo invocar a Dios como recurso dialéctico oportunista que practicar una política que busque el bien común, el diálogo y el respeto a los contrarios, algo que está todavía por ver en el flamante presidente, un nacionalista que ha mostrado nostalgia de la dictadura, y que justifica algunas prácticas para acabar con la violencia.