Sr. Director: 

Quizás el efecto inmediato más llamativo de la abrumadora victoria electoral de Ayuso en Madrid fue la dimisión de Pablo Iglesias, quien había basado su política en azuzar -desde su visión comunista- nuestros sentimientos más cainitas, intentando regresarnos a la España del 36. Un objetivo en el que colaboró activamente el PSOE sanchista y su mariachi de indigentes intelectuales. 

Muy merecidamente Iglesias se fue convirtiendo en el «chivo expiatorio de la derecha», como él mismo reconoció. Sembró tantos vientos de odio y enfrentamiento que al final recogió un tsunami de antipatías entre muchos que incluso sobrevaloraron las capacidades del personaje, llegándolo a considerar el autor de todos los males de España. Pero quien crea que este engolado sujeto desaparecerá de la política española cometerá un grave error; basta con atender a sus propias palabras: «Dejo la política entendida como política de partidos, política institucional».

Lo que, conociendo su elevadísima opinión sobre sí mismo, significa que seguirá sembrando odios desde otras atalayas. Y que transcurrido el tiempo que considere oportuno, regresará para vendernos un nuevo número de la cabra (o del chivo expiatorio) bajo las ya consabidas y demagógicas soflamas victimistas y cainitas. La cuestión es si para entonces estaremos ya vacunados... contra ellas.