Sr. Director: A lo largo de la vida de los pueblos no son muchos los acontecimientos  capaces de hacer explosionar los sentimientos de solidaridad y patriotismo de toda una nación. Transcurridos casi cuarenta años de democracia y exceptuando los grandes éxitos deportivos, la crueldad del terrorismo vasco y el intento de fracturar la unidad de España desde Cataluña, han sido los sucesos más relevantes que han logrado concitar una de las reacciones más espontáneas y patrióticas de millones de españoles. Los crímenes de ETA que tanto dolor causaron a la sociedad española, provocaron el resurgimiento de un  espíritu colectivo de rechazo y repugnancia hacia la crueldad y maldad con la que los integrantes de aquella organización criminal sembraron de odio todos los rincones de España. El espíritu de Ermua fue el principio del fin de uno de los capítulos más trágicos de nuestra reciente historia. El día 8 de Octubre quedará inscrito en la historia de España como el nacimiento de un nuevo espíritu, el espíritu de Barcelona, que fue capaz de despertar el sentimiento silencioso y adormecido de millones de españoles  para gritar y manifestarse con apasionadas voces, contra quienes pretenden destruir la unidad de España y la paz y la convivencia democrática que con tanto esfuerzo y sacrificio nos hemos ganado los catalanes y el resto de los españoles desde la dictadura. He de reconocer que tanto Vargas Llosa como Josep Borrell, pronunciaron  dos grandes discursos que pasarán a la historia como los de cualquier estadista mundial que, con un verbo intelectualmente atractivo y ágil, es capaz de suscitar adhesiones y admiraciones en momentos claves de la historia de los pueblos. "Y es verdad que la pasión puede ser generosa y altruista cuando inspira la lucha contra la pobreza y el paro. Pero la pasión puede ser también destructiva y feroz cuando la mueven el fanatismo y el racismo". Vargas Llosa, literato universal, no podía describir mejor con estas atinadas palabras, el virus antiespañol que se ha inoculado en Cataluña y que, como hemos comprobado con triste y sorprendente intranquilidad, ha alcanzado también a inocentes niños y niñas a los que se les viene adoctrinando impunemente en los colegios. Esto no puede, cuanto menos, que traernos a la memoria la criminal manipulación mental e intelectual que el nazismo y el estalinismo infringieron a sus generaciones más jóvenes. El ex presidente del Parlamento Europeo, Josep Borrell, blandiendo entre sus manos la bandera europea, pronunció lo que un político de raza puede entender como el discurso de su vida. Esta es nuestra estelada. Tiene las estrellas de la paz, de la convivencia y del derecho. Eso es lo que representa Europa, dijo en un catalán preciso y con oratoria senatorial. Fue todo una denuncia del grave delito que los independentistas han cometido contra los valores  que se forjaron y quedaron reflejados como símbolo estrellado de la Unión Europea en su bandera, después de los sangrientos enfrentamientos en las dos guerras mundiales del pasado siglo. Hoy en Cataluña el fanatismo nacionalista ha hecho visibles girones en su estelada, fracturando gravemente la paz y la convivencia de los ciudadanos al transgredir la Constitución y las leyes del Estado. A ningún español que se precie, le puede pasar inadvertido e incluso dolorosa la desgraciada imagen que en estos últimos días se está trasmitiendo al mundo desde Cataluña a través de todos los medios de comunicación y redes sociales, especialmente desde el 1 de Octubre. Las burdas maniobras del Parlamento catalán junto con la parodia del ilegal referéndum independentista han sido los causantes de los lamentables y graves enfrentamientos con los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, protagonizados también por la propia policía autonómica. A esto hay que añadirle los insultantes desalojos de nuestra Policía Nacional y Guardia Civil al más puro estilo guerracivilista, con la degradante e incluso inhumana actitud de muchos ciudadanos catalanistas. Ante este desgraciado espectáculo se comprende fácilmente la explosión popular de indignación que ha llevado a una marea de cientos de miles de españoles, catalanes o no, a inundar las calles de la capital condal para expresar su solidaridad y disposición para defender la libertad y los derechos de los catalanes como ciudadanos de una gran nación y de quienes, como agentes de la seguridad del Estado, los garantizan. La incertidumbre económica y financiera en la que se ha sumido Cataluña con el tsunami de deserciones de sus sociedades y empresas más relevantes, que ven hoy en peligro su estabilidad ante la simple duda de abandono de la UE y de sus instituciones, son razones más que suficientes para que el nuevo espíritu de Barcelona que ha renacido del 8 de Octubre, les haga abandonar sus aviesas intenciones independentistas y que tanto Vargas Llosa como Josep Borrell denunciaron con clarividente nitidez en sus magistrales intervenciones. Jorge Hernández