Sr. Director:

¿Recuerdan? La ceremonia penitencial presidida por el papa Francisco en el Vaticano ha sido impresionante y la hemos vivido como una llamada de Dios. La presencia del Cristo imponente del siglo XVI chorreando sangre y agua así como la mirada maternal de la Virgen ‘Salus populi romani’ acogen la oración de los creyentes ante Jesús Eucaristía.

La soledad de la Plaza de San Pedro no estaba vacía pues millones de miradas se empapaban con la lluvia fecunda de la contrición.

El Papa Francisco seguía como hilo conductor el evangelio de la barca a punto de naufragar en medio de la tempestad mientras los hombres se ven impotentes para frenar el acontecimiento: «¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe? El comienzo de la fe es saber que necesitamos la salvación. No somos autosuficientes; solos, solos, nos hundimos. Necesitamos al Señor como los antiguos marineros las estrellas.

Invitemos a Jesús a la barca de nuestra vida. Entreguémosle nuestros temores, para que los venza. Al igual que los discípulos, experimentaremos que, con Él a bordo, no se naufraga. Porque esta es la fuerza de Dios: convertir en algo bueno todo lo que nos sucede, incluso lo malo. Él trae serenidad en nuestras tormentas, porque con Dios la vida nunca muere».