Sr. Director:

Antes de que el miércoles 9 de septiembre se produjera el incendio que ha destruido buena parte del campo de refugiados de Moria, en la isla griega de Lesbos, las condiciones para sus 13.000 habitantes ya eran inhumanas. Antes de la llegada del COVID ya había diarrea y difteria.

Sus ocupantes solo disponían de un litro de agua al día para beber, lavarse y cocinar. Las letrinas son las de un campamento militar para 800 personas. La desesperación en algunos casos provoca un fenómeno tan poco frecuente como los suicidios infantiles.

Desde hace años el campo es una bomba humanitaria. Y sorprende que no se hayan producido estallidos severos de violencia. Ciertamente, Moria es la peor cara de Europa.