Sr. Director:

Una idea central del pensamiento postmoderno es la negación de lo absoluto, comenzando por la tradición de la metafísica clásica. Lógicamente, en el plano social, la caída del Muro de Berlín, que precedió al esperado desmoronamiento del comunismo, fue recibida con máxima alegría; y no era para menos. Pero las transformaciones culturales son menos rápidas que los deseos, y ahí siguen, con sus peculiaridades, sistemas como el chino, el vietnamita e, incluso, el de Singapur.

Pero no era pesimismo por mi parte contraponer entonces el declive del comunismo, con la expansión del absoluto islamista: también en 1989 moría el ayatola Jomeini, que comenzó diez años antes la revolución iraní, después de su exilio en Francia. No era fácil prever entonces la deriva terrorista que se fue gestando en el mundo árabe, apenas frenada levemente al comienzo del nuevo siglo por unas “primaveras” que no fueron adelante, a diferencia de lo sucedido con los antiguos países “satélites” de Moscú.

Tampoco se podía prever la expansión de los musulmanes por Europa y Estados Unidos. Menos aún la influencia que iba a tener en el replanteamiento de una cuestión religiosa de fondo que caminaba en términos de creciente laicismo, como se pudo comprobar en el debate histórico sobre el rechazo de las raíces cristianas en la constitución europea.