Sr. Director: La famosa epístola a Diogneto, constata que los cristianos no se distinguen por su modo de vestir, ni por la lengua, ni sus costumbres como ciudadanos. "Dan muestras de una vida admirable y ciertamente increíble. Se casan, engendran, pero no abandonan a sus hijos e hijas; tienen mesa común pero no el lecho. Superan las leyes, son en el mundo lo que el alma en el cuerpo. Viven en el mundo pero su religión no sé y da vida a todo. Hacen lo mismo que todos pero en su conducta ordinaria, su modo de ser familia, de atender a los pobres los hace distintos. Viven extraordinariamente la vida ordinaria". Hemos avanzado mucho, gracias a Dios y al trabajo de generaciones. Pero el atractivo de los cristianos está en sus vidas. No se divorcian, cuidan a sus enfermos, se preocupan de los demás, tienen hijos con deficiencias psíquicas o físicas y son aceptados con alegría. Mueren con los suyos. Se preocupan de su familias, vecinos, de los enfermos y mayores y niños. Luchan por ser castos en un mundo podrido. Perdonan a sus enemigos. Todavía recuerdo a Maite Letamendía, viuda de Araluce, asesinado por ETA, rodeado de sus nueve hijos en la tele diciéndole: ¿verdad? les  hemos perdonado. La cara de los hijos era un drama, pero asentían. Los misioneros y misioneras por todo el mundo no dejan a sus cristianos, aunque la Embajada lo pida o lo exija. La historia de las misiones es algo increíble. No obstante, hay mucha gente sola, desorientada, fastidiada en un mundo avanzado pero cruel. El cristiano con su Fe tiene respuestas al dolor, a la muerte, a la enfermedad, a las contradicciones, que no le hace perder la sonrisa; en el Castillo de Javier en Navarra hay un Cristo precioso que desde la cruz perdona y sonríe. No es todo esto demasiado sobre humano, sí, sin duda. Pero la gente no es tonta, detecta ese modo de vivir, esa paz. Y la ansía como los paganos de antaño. Cristianos, no seamos cómodos, apáticos, no os encerréis en un ghetto. Están deseando nuestro anuncio. Iglesia en salida, dice el Papa Francisco, cristianos de 24 horas, además Dios está empeñado y su Madre no digamos. Juan García