Sr. Director: En tiempos no muy lejanos, cuando aún se reconocía el significado cristiano de estas fiestas, Papa Noel sólo era un tipo gordo de barbas blancas con extraño protagonismo en  las películas navideñas americanas. Por entonces, el nacimiento o belén tenía mucha más importancia que ahora, pues trascendía de un simple elemento decorativo. Constituía el centro de las celebraciones navideñas en los hogares, y al contar con activa participación infantil en su montaje, solía ofrecer simpáticos resultados finales. Como que aparecieran por Belén, los más extraños personajes procedentes de juegos infantiles, junto a una población animal digna del más fantástico zoo, o soldados de toda clase y condición guardando las puertas del castillo de Herodes y hasta algún indio acechando entre los riscos de corcho. Pero por encima de todo, sabíamos que se celebraba la Na(ti)vidad del Niño Jesús en Belén, y el nacimiento aglutinaba a los niños de la casa (por entonces había muchos niños en las casas) que se reunían para cantar villancicos. Villancicos que aún seguimos cantando y que son capaces de abrirnos alguna herida en el alma si nos cogen con la guardia baja. «La Nochebuena se viene, la Nochebuena se va, y nosotros nos iremos y no volveremos más». Letrillas ingenuas que nos hacen recordar a quienes se fueron; pero también que un día nos iremos nosotros, y otros vendrán después. Verdades demasiado profundas despachadas entre risas y panderetas, que nos hacen reflexionar más allá del jaleo de una fiesta que va perdiendo su esencia y fundamento. Miguel Ángel Loma