Sr. Director:

Hace pocos días, cayeron, en mis manos, unas páginas de un diario nacional, sueltas en un asiento del tren en el que yo viajaba. Me sorprendió: en tres largas columnas, trataba sobre cuestiones religiosas, de “vivir sin creer” de las “geografías” del más allá, para negar la Fe del pueblo. Me pregunto: ¿Por qué el interés de escribir sobre creencias, quien, al parecer, no cree en nada? Según el último barómetro del CIS, “el 69,8% se declaran católicos. Además 10 millones asisten regularmente a misa”; además, habría que sumar “muchos otros que no pueden asistir a la parroquia y optan por seguir las celebraciones a través de la televisión pública”, con “una cuota media de espectadores de un 6,6 por ciento frente al 2,6 de la cadena” (ABC, 19-3- 2017). Y hay muchísimos que, sin ir a misa (distintas motivaciones), rezan.

Sí, hay mucha gente con Fe religiosa, que se priva de sus socios o deja sus negocios para asistir a misa los domingos; mucha gente que sabe que, al final de esta vida, Dios nos espera y nos juzgará en el amor; mirará nuestro aprovechamiento o despilfarro de los dones que nos dio para nuestro bien y el del prójimo en esta vida terrenal. Me da la impresión de que quien así escribía, piensa o quiere hacer pensar que la Fe se ha extinguido. Los domingos, las iglesias de la ciudad están atiborradas de fieles, excepto en verano, que casi se vacían y se llenan las de los pueblos. El corazón de tantos hombres sensatos, siente que hay algo más allá de lo que aquí vemos y tocamos; sabe que existe Dios. De la Fe brota la Esperanza y el Amor, que sale de saberse hermano de todos, hijos de un mismo Padre celestial. Las tres virtudes teologales van de la mano y ahogan el vacío profundo y la tristeza existencial. Quien cree encuentra motivos para vivir, y razones serias para ser feliz. Quizá, por eso, me dijera un hombre de negocios: “me dais envidia los que tenéis Fe