Sr. Director:

La solemnidad de Todos los Santos y “nuestra” fiesta: no porque seamos “buenos” sino porque la santidad de Dios ha tocado nuestra vida, la celebramos el pasado día 1.

Reconocemos que los santos no son perfectos modelos, sino personas traspasadas por Dios. Podemos compararlas con las vidrieras de las iglesias, que hacen pasar la luz de diferentes tonalidades de colores. Los santos son nuestros hermanos y hermanas que han acogido la luz de Dios en sus corazones y que la han transmitido al mundo, cada uno según su “tonalidad”. Pero todos han sido transparentes, han luchado para quitar las manchas y las oscuridades del pecado, para así poder hacer pasar la delicada luz de Dios. Esta es la finalidad de la vida: dejar pasar la luz de Dios y es también la finalidad de nuestra vida.

En efecto, el día 1 de noviembre, en el Evangelio, Jesús se dirige a los suyos, a todos nosotros, diciéndonos “felices” (Mt 5, 3). Es la palabra con la cual comienza su predicación, que es “evangelio”, buena nueva, porque es el camino de la felicidad. Quien está con Jesús es bienaventurado, es feliz. La felicidad no consiste en tener algo o ser alguien, no, la verdadera felicidad es la de estar con el Señor y de vivir por amor. ¿Creéis esto?.

La verdadera felicidad no consiste en tener algo o de convertirse en alguien, la verdadera felicidad es estar con el Señor y vivir por amor. ¿Creéis esto?. Debemos progresar para creer esto.