Sr. Director: La universalidad contrasta con las tendencias nacionalistas, como lo que estamos viviendo en Cataluña, que no acaban de abandonarse en debates recientes. Es lógico que la doctrina moral se aplique con prudencia, es decir, atendidas las circunstancias concretas de cada región del mundo. Pero es cuestión de acento o insistencia, no de contraste. Basta pensar, por ejemplo, en la distinta incidencia de la lucha por la dignidad de la mujer contra la poligamia. No menos grave es la transposición de ese nacionalismo a la convivencia ciudadana, patente en el rebrotar de populismos que enlazarían con el romanticismo trágico del siglo XIX si no fuera por su alta dosis de pragmatismo tipo Brexit. Una vez más recomiendo el Compendio de la doctrina social de la Iglesia publicado por el Consejo pontificio Justicia y paz en 2005. Dentro de las orientaciones sobre derechos humanos, un epígrafe especial se dedica a los de los pueblos y de las Naciones. Se basa en las enseñanzas de encíclicas de Juan Pablo II, como Sollicitudo rei socialis (1988) y Centesimus annus, y en su principio general de "lo que es verdad para el hombre lo es también para los pueblos". El Magisterio recuerda que el derecho internacional "se basa sobre el principio del igual respeto, por parte de los Estados, del derecho a la autodeterminación de cada pueblo y de su libre cooperación en vista del bien común superior de la humanidad". Suso Madrid