Sr. Director: Fue una auténtica sorpresa dentro y fuera de la Iglesia: el anuncio del papa Benedicto XVI en 2013, ante el consistorio de los cardenales, en riguroso y brillante latín, de su decisión de renunciar al supremo pontificado. Acaban de cumplirse cuatro años, que parecen muchos más, ante el ritmo impuesto por el papa Francisco. Pero, sin duda, el balance no puede ser más positivo, frente a las augures de posibles desgracias por la convivencia de dos obispos de Roma, algo vivido en tantas diócesis del mundo, pero no en la cumbre. Una vez más, las profecías laicas derivadas de planteamientos humanos tan frecuentes en los vaticanistas han sido rebasadas con creces por la realidad de la santidad en la Iglesia, en este caso, protagonizada por los dos pontífices. Benedicto no ha podido ser más delicado en este tiempo final de su vida, entregada a la oración y al estudio, plenamente identificado con el sucesor. Por su parte, Francisco no ha ahorrado elogios y gestos de cariño con su predecesor, en la estela de aquella primera encíclica promulgada a partir de un texto bastante elaborado ya por Benedicto: tras sus espléndidos documentos sobre la caridad y la esperanza, trabajó intensamente sobre la virtud teologal de la fe, y Francisco puso punto final a ese esfuerzo. Quiero tener un recuerdo en el noventa aniversario a la lucidez y fortaleza del gran Papa teólogo que supo renunciar a su cargo y encargo. Jesús Domingo