Sr. Director:

Mi pueblo es rico en historia, patrimonio y buena gente, aunque también tenemos nuestros defectos.

Y es que somos tan peleones que a veces nuestras diferencias nos han impedido convivir. Con ocasión de uno de esos enfrentamientos, un día se presentó un altivo forastero, ducho en beneficiarse de las disputas, que alegando que venía a ayudarnos se nos coló hasta la cocina ocupando una de las fincas del pueblo con mejor situación.

Una vez allí, se aprovechó para conseguir la firma de un contrato donde obtenía la propiedad del terreno... con algunas limitaciones. Pero como el tipo era listo y mi pueblo muy pasota, gracias a nuestra abulia fue interpretando aquellas cláusulas siempre en su favor. Total, que en esa finca ha ido haciendo de todo y la ha convertido en centro de negocietes y chanchullos variados, de los que además se jacta diciendo que sirven para dar de comer a la gente de mi pueblo.

Recuerda a uno de esos señoritos de otros tiempos, a los que había que besar la mano por pagarte el jornal. Su actitud ha ido degradando todo el entorno y es tanta su prepotencia, que ha cogido la costumbre de albergar defectuosos ingenios atómicos que ponen en peligro la salud del pueblo.

Pero lo peor es que ahora, que no atraviesa su mejor momento, los políticos de mi pueblo incluso lo justifican. ¿Acaso gozarán ellos de algún inconfesable interés en las sucias ganancias del señorito ocupante del peñón?