Sr. Director:

Hace ya algunas semanas, un eclesiástico algo conocido concedió una entrevista en la que comentó diversas facetas de la situación de la Iglesia en el momento actual. Lógicamente expresó sus propias y personales opiniones. Y acerca de la propuesta de la Iglesia a los jóvenes que no comparten la doctrina sobre la sexualidad, este eclesiástico comenta:

“Porque no la presentamos bien. Se muestra como una exigencia, como una camisa de fuerza, y no es así. La propuesta es la siguiente: ¿por qué no caminas un poco más y vas poco a poco, conociendo, descubriendo? (Se trata de caminar con los jóvenes y no tanto de decirles lo que tienen que hacer”, dice en otro momento de la entrevista)- Porque la sexualidad es una realidad que abarca a toda la persona, que no se puede reducir a la genitalidad. La sexualidad es una fuerza, pero una fuerza para construir la persona que se puede vivir a distintos niveles de profundidad, no para avasallar ni para esclavizar. Es un camino precioso y si les abrimos a los jóvenes esta perspectiva, este horizonte, claro que les encantará. No podemos quedarnos en esto no, esto otro tampoco…”

Con estas palabras tan genéricas y tan poco claras, ¿qué perspectivas se abren? ¿Se les recuerda a los jóvenes que el Señor quiere que lleguen vírgenes al matrimonio? ¿Se les dice claramente que el vivir la sexualidad rectamente descarta cualquier búsqueda del placer sexual con uno mismo o con otras personas? ¿Se les dice que vivir la sexualidad con personas del mismo sexo no es agradable a Dios? San Pablo ya lo recordó con toda claridad en los comienzos del caminar de la Iglesia: “No os engañéis, ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los sodomitas, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los rapaces poseerán el reino de Dios” (1 Cor 6, 9).

¡Estas palabras claras del apóstol que lejos están de ser “tradición en naftalina”!