Sr. Director:

En un país, en una Nación, la altura política de quienes tienen la responsabilidad de gestionarla se demuestra, sobre todo, cuando hay que defender la integridad de la misma. Sea por una invasión, una guerra, o que alguien o algunos quieran dividirla por ambiciones de poder.

Por ello, al principio de los tiempos, el hombre, el padre de familia, fue el defensor de la misma, luego se unieron varias y formaron una tribu, nombrando a quien las dirigiera como jefe; surgieron los primeros reyes, la democracia, los senados y senadores, los Imperios y emperadores. Las naciones, las repúblicas y los presidentes. Ahora se llaman líderes. Pero siempre si la nación, el reino o la república estaban en peligro se defendía aún a costa de la propia vida. Porque defender la integridad de la misma era defender los valores en la que se sostenía.

Llevamos en los últimos tiempos, convulsos por muchas razones, viviendo en España momentos muy duros en este aspecto. Y la amenaza no viene de fuera como en anteriores tiempos sino de dentro, de los mismos que formamos y vivimos en esta nación, denominación que a muchos les da hasta vergüenza emplear, mientras quienes quieren destruirla la reclaman para ellos, como los antiguos reyezuelos de ciudades; llenándoseles la boca de una palabra: diálogo, que en realidad no es más que un monólogo de una sola reclamación: este territorio en el que yo vivo es solo mío. En definitiva, típico de mentalidad feudal, como los antiguos condes o barones. A propósito, lo de barones, debía de suprimirse de la política actual. ¡Qué vanidad y que pasión por la titulitis!

Ante una situación que no voy a explicitar pues es conocida por todos, ¿qué hacen nuestros políticos que se llaman constitucionalistas y defensores de España? Muy sencillo, ponerse a pelear por el poder que no alcanzaron en las urnas, unos, disputándoselo al que lo ostenta en este momento, que lo hace por haber sido el ganador, en democracia, en las últimas elecciones.

Y parecen “animales” disputándose la carne del animal herido -España-, como si estuviéramos en una cacería. Con harto regocijo de condes y deñores antiguos. ¡Altura política! ¡Defensores de España, su estabilidad y su normalidad! Más bien personajillos fatuos y engolados que se creen personajes y políticos de altura; combatiendo aparentemente una corrupción, que todos los seres humanos llevamos dentro y a la que estamos destinados por haberle vuelto, en el ejercicio de nuestra libertad, don por él concedida, a quien nos creó.

Unos políticos que tuvieran de verdad altura política, que fueran estadistas, que amasen de verdad a su nación, a este maltratado Reino de España; habrían cerrado filas junto con el Gobierno -fuera quien fuese en ese momento de peligro- y se habrían dedicado a defendernos de verdad y a poner las cosas en su sitio, tanto las deterioradas como las que hubiera que renovar, y cortarles el paso decididamente a quienes nos quieren destruir sin darles cuartel. Olvidando, de momento, caídas o manchas pasadas.

Tuvieron su gran oportunidad en diciembre de 2015 cuando el presidente Rajoy, les ofreció un gobierno de coalición. Tanto a socialistas como a Ciudadanos: 123+90+40 = 253 = España. Hubieran hecho lo que quisieran: Meter en cintura a las comunidades autónomas, hacer respetar los símbolos y la Constitución, mejorar esta, cambiar la ley electoral para quitarnos de encima el chantaje de los partidos nacionalistas actuales o futuros, regeneración de todos los partidos…  Lo dicho: lo que quisieran.

No se hizo, pues no lloremos ni nos lamentemos de lo que pase. No olvidemos que quien ostentará el poder es un partido socialista, no socialdemócrata, sectario, el más débil que ha habido en España; con un presidente, al que el poder se le subió a la cabeza hace mucho tiempo y que en las dos ocasiones que su partido ha gobernado nos dejó en la ruina moral y económica. Así que no hace falta ser profeta para adivinar los meses o años que nos esperan. Lo pasado puede ser un juego de niños.

Queda, o me queda, a estas horas que escribo, 21:28 horas del 31/05/2018, una remota esperanza: que mañana en la votación haya seis o siete diputados que además de los que han anunciado que votaran en contra 170, se lo piensen bien, mediten en España y tengan altura política votando en contra de una moción totalmente destructiva.

Puede que al final lo que quede para la historia sea la frase de un hombre, un político, un gobernante que dijo: mientras yo sea Presidente, España seguirá unida. Y habrá cumplido su palabra.