Sr. Director:

Rumania y Hungría son un buen ejemplo del hoyo demográfico en el que se encuentra Europa. Sobre el caso rumano, un artículo publicado por la Balkan Investigative Reporting Network (28-11-2019) refiere que, desde el derrocamiento del dictador Nicolae Ceaucescu en 1989, el país ha perdido casi cuatro millones de habitantes. Según estadísticas del Banco Mundial, un 20,6% de la población rumana en edad laboral estaba fuera del país en 2017.

Para paliar la escasez de mano de obra local, Bucarest está facilitando la afluencia de trabajadores extranjeros: en 2019 incrementó a 30.000 el número de permisos de trabajo (Business Review, 27-08-2019) para los no comunitarios (los de la UE no lo necesitan), por lo que han estado llegando fundamentalmente chinos, turcos, vietnamitas, indios, nepalíes...

También Hungría ha venido a aceptar -aunque a regañadientes- el comodín de la inmigración. El país tiene a 600.000 de sus nacionales de edad laboral (el 9% de la población activa) viviendo y trabajando en Alemania, Austria, Reino Unido..., y las perspectivas demográficas son malas: según la Oficina Central de Estadísticas, los 9,7 millones de húngaros pueden quedarse en apenas 6 millones en 2070 (la tasa de fertilidad está en 1,5 hijos).

Por ello, el país ha entreabierto las puertas, y ya en 2018 emitió permisos de trabajo a 50.000 extranjeros no comunitarios, mayormente de países no musulmanes. Pero no pierde de vista el tema de la natalidad: el gobierno ha comprado seis clínicas de fertilidad para atender gratuitamente a unas 150.000 parejas que no han podido concebir.           

Si cada una de ellas tiene un hijo, la despoblación ya no será un problema, apunta la secretaria de Familia, Katalin Novák. Mientras lo sea, el área de la fertilidad seguirá clasificando como "de importancia estratégica nacional".