Sr. Director:

En este tiempo de reclusión obligada por la crisis sanitaria se plantea en todo su crudeza la capacidad humana de afrontar el dolor, la tristeza y la angustia. Por encima de las torpezas en la gestión de la crisis están cada una de las personas que sufren las consecuencias de la pandemia y las que se preguntan sobre el sentido real del dolor, de la vida y de la muerte. Ni las grandes ideologías políticas, ni la tecnología, ni el bienestar material están a la altura de este desafío, no son capaces de sostener una esperanza fiable.

Pero cuando surge la tragedia, ya sea por alguna catástrofe natural, ya por un atentado terrorista o, como ahora, por una pandemia, caemos en la cuenta de nuestra fragilidad, pero al mismo tiempo se dispara nuestra exigencia de significado, de felicidad y de justicia para nosotros y para los que amamos, y en el fondo, para todo el mundo, porque nos descubrimos misteriosamente unidos.