Sr. Director:

La historia no se repite, ni tampoco se termina, a pesar de profecías relativamente cercanas. Pero la situación actual de incertidumbre en el mundo recuerda demasiado a la de los años sesenta.

Quizá lo vivimos con más intensidad quienes estábamos acabando la veintena, y no sabíamos cómo encajar el “desconfiad de los de más de treinta”, uno de los lemas de la revuelta de Berkeley. Como en tantos temas, Estados Unidos iba por delante: a partir de las protestas contra la guerra de Vietnam, surgió una contracultura que los europeos solemos unir al mayo del 68 en París. Pero la acción había precedido al relato.

Surgía una nueva civilización, con la muerte de los absolutismos y la gran difusión del pensamiento débil. No se ha mostrado capaz de fortalecer la democracia, tras la caída del Muro de Berlín –símbolo del fracaso del hombre nuevo comunista-, y ha despojado a Occidente de recursos para enfrentarse con el último de los absolutos: no se cerrará la lucha contra el islam, especialmente en sus formas más violentas, mientras no se abra a la modernidad y aprenda a distinguir entre religión y política. Perderá, incluso, las posibilidades de más bienestar para sus pueblos como consecuencia de la globalización económica, aunque dispongan de armas atómicas. Y seguirá estando en el epicentro del terrorismo y de la mayor parte de los conflictos regionales.

Por otra parte, la globalización, a pesar de sus límites y de las desigualdades, ha contribuido al crecimiento del tercer mundo y de los países emergentes, y ha consolidado las sociedades occidentales. Quizá esos avances económicos agudizan la capacidad de protesta, unida a la crisis de liderazgo político mundial: el panorama, demasiado dependiente de la inmediatez de las comunicaciones, no conoce fronteras. La Casa Blanca no es lo que fue. ¿Quién ve hoy ejemplar al parlamento británico? Aumenta el euroescepticismo, cuando la Unión Europea fue la gran construcción política innovadora tras la segunda guerra mundial. No hay visos de paz en Oriente. China oprime. Japón envejece. Las grandes plataformas tecnológicas se mercantilizan.