Sr. Director:

El matrimonio de Fernando de Aragón y la princesa Isabel de Castilla en Valladolid el 19 de octubre de 1469, instaura la unidad de España actualmente proclamada por el Artículo 2 de nuestra vigente Constitución.

Desde entonces, y a pesar de que historiadores como Ricardo García Cárcel consideran que Cataluña nunca ha sido un Estado autónomo sino que siempre ha dependido jurídicamente de otros, con fútiles e injustificadas pretensiones independentistas, mediante el concurso de inconscientes ciudadanos dirigidos por una horda de irreflexivos apátridas catalanes, entre 1640 y 1652, en 1873, 1931 y 1934, han atentado contra la unidad de España con la secesión de Cataluña sin conseguir más que un lamentable y estéril derramamiento de sangre.

Continuando con la tabarra independentista, los actuales dirigentes catalanes, secundados por un electorado con el cerebro lavado durante 4 décadas con el germen separatista, e inconsciente de la trascendencia de su actitud, amenazan con revueltas populares para conseguir sus anticonstitucionales objetivos.

Anteponiendo los intereses partidistas y personales a los de España y de los españoles, los secesionistas catalanes han llegado a inconfesables pactos con los gobiernos del PP y PSOE, traducidos en la tolerancia del hostigamiento y odio de todo lo español y de la implacable persecución del idioma español y de cuantos lo hablan, la transigencia ante las ofensas e injurias a nuestras instituciones y símbolos nacionales, la liberalidad ante la corrupción de destacados dirigentes independentistas catalanes y familia, y el consentimiento de “embajadas catalanas” en el extranjero, todo ello con una prodigalidad presupuestaria que admite una deuda catalana de ochenta mil millones de euros que despierta la envidia del resto de comunidades autónomas.

Para colmo de desgracias, el vicepresidente segundo del gobierno da tres cuartos al pregonero sobre la dudosa calidad democrática española por mantener en presidio políticos catalanes independentistas condenados por sedición.

Ante esta progresiva deriva independentista, los gobiernos del PP y PSOE no han arbitrado las medidas que el caso demanda, tales como la promulgación de leyes que impidan la presencia de partidos independentistas en el escenario político y la presentación de sus candidatos a los distintos comicios sobre todo si están huidos o se encuentran cumpliendo condena por sedición sin expresar arrepentimiento alguno por sus acciones sino más bien al contrario, reafirmándose en ellas con amenazas de repetirlas.

Los resultados de las recientes elecciones autonómicas catalanas en las que los partidos independentistas alcanzan mayoría para formar gobierno constituyen a estas alturas una burlona provocación a España y a los españoles.

Para conjurar similares amenazas, el cardenal Cisneros, con ochenta años y regente de España por segunda vez, ante unos magnates encabezados por el Duque del Infantado que en nombre de una aristocracia rebelde trataron de intimidarle preguntándole insolente y altivamente en virtud de qué poderes ejercía el mando del reino, exigiéndole que mostrara los poderes que tenía para gobernar.

Cisneros abrió el balcón del aposento en que se hallaban mostrando una compañía de soldados que le daba guardia y unos cañones emplazados en el patio al tiempo que pronunciaba su histórica frase: “éstos son mis poderes”. Y como dice Cervantes, la levantisca nobleza “caló el chapeo, requirió la espada, miró al soslayo, fuese, y no hubo nada”, utilizándose en adelante la frase para definir la fuerza como derecho.

En el cardenal Cisneros no es posible albergar duda alguna, tanto de sus sentimientos humanitarios, benevolentes, piadosos, caritativos, compasivos y pacíficos, como de su amor y servicio a España y a los españoles, y de su sentido de la responsabilidad del cargo que por Real Orden le fue encomendado.

Respecto a la forma en que los dirigentes españoles hicieron frente a los afanes secesionistas catalanes desde 1640 hasta 1934, cabe decir que, cumpliendo con su deber, construyeron la España que ha llegado hasta nosotros y que algunos independentistas catalanes intentan desestabilizar.

España y los españoles no podemos continuar por más tiempo siendo el blanco de burlas y humillaciones de irresponsables rupturistas de nuestra unidad, por cuanto se hace necesario afrontar la disyuntiva que se nos presenta: o permitimos la vulneración de nuestra Constitución dejándonos atropellar por estos apátridas secesionistas o imitamos la ejecutoria del cardenal Cisneros y nuestros gobernantes históricos, sin olvidar que en la unidad de España decidimos todos los españoles y que en su defensa se deben emplear todas las herramientas legales a disposición del Estado.

En cualquier caso, sería inhumano prolongar una agonía tan persistente