Sr. Director: 

Es cada vez más común encontrar gente hablando sola por la calle. Ya, ya sé que se supone que habla con alguien a través del pinganillo, pero yo lo que veo es tontos que hablan solos. Si al menos se les viera notoriamente el artefacto de comunicación… Pero muchas veces ves a alguien gesticulando de modo desmedido y hablando en voz muy alta, como si quisiera que yo me enterara del enfado -si dijera “cabreo” se marcaría mejor la gravedad, pero no me gusta- del enfado tan grande que tiene con su jefe o con su hermano. Quizá lo peor es cuando habla ella con su madre, porque entonces hablan de los defectos del marido.

Eso, esa charlatanería ante el micrófono, donde no consta qué cara tiene el interlocutor y si, incluso, ha dejado su pinganillo en la mesa y sigue trabajando, eso no es diálogo. Para dialogar hay que ver la cara a la otra parte. Y para dialogar, antes que nada, hay que saber escuchar, y eso, hoy por hoy, se presenta mucho más complicado. Hacen falta virtudes indispensables para que haya verdaderamente diálogo. Virtudes que no se ofrecen habitualmente en el mercado, que, desgraciadamente, no son bien vistas en nuestra sociedad.