Sr. Director: En la recensión de una novela escrita por un sacerdote, que debe tener algo que ver con la vida de algún otro sacerdote, la autora se hace la siguiente pregunta: "¿Qué sabemos de sus conflictos con una (inhumana) castidad exigida de forma permanente y causa de la mayor parte de los males de la Iglesia?". Ciertamente me parece muy osado -y por supuesto, un juicio falso- cargar sobre la castidad que se les pide vivir a los sacerdotes, la "mayor parte de los males de la Iglesia". Y es que esa "inhumana castidad" que ve la autora de la recensión es un auténtico don de Dios, un regalo de la mirada maternal de la Virgen María, que da fuerza y aliento a los sacerdotes para enfrentarse con las situaciones más engorrosas que se puedan presentar en las relaciones de hombres y mujeres; y les lleva a mirar cualquier situación con la esperanza de servir a Cristo en su obra de Redención. Y, además, les da la perspectiva para animar a los que caen, ayudar a los que se tambalean, y levantar del fango a quienes están a punto de ahogarse en la ciénagas del camino. Confiando en la Gracia de Dios no tienen ningún miedo a mancharse en las suciedades "inhumanas" del mundo. Con su castidad, vivida sabiéndose plenamente sexuados, no les contaminan. Dios purifica su espíritu, y les sostiene. Enric Barrull