Sr. Director:

Algunos, hoy en día, se quejan de un puritanismo secular, hostil a cualquier expresión pública de las creencias religiosas. Recuerdan manifestaciones violentas del siglo XVI, cuando las divergencias acababan en la hoguera. Ese laicismo puede ser casi tan violento como los viejos creyentes fanáticos, prácticamente desaparecidos en occidente, no en las culturas políticas orientales.

Desde la óptica católica, y a pesar de las reticencias lefebvrianas, los grandes principios quedaron claros en el Concilio Vaticano II: constitución Gaudium et Spes, declaración Dignitatis humanae, decreto Unitatis redintegratio. La dignidad de la persona, con su cortejo de derechos básicos, es el núcleo de la doctrina social de la Iglesia. No se puede decir ya que el “error” no tiene derechos, como tampoco los tiene la “verdad”: porque sólo la persona humana es sujeto de libertades y compromisos que merecen el respeto de todos, dentro de las exigencias del bien común.