Sr. Director:

“Nosotros, precisamente los comunistas, que tantas heridas tenemos, que tanto hemos sufrido, hemos enterrado nuestros muertos y nuestros rencores “(Marcelino Camacho)

“…Ponerle fin era un deber para las generaciones que no crecimos bajo el trauma de la guerra civil y del franquismo.” Esta es una de las ocurrencias con las que Vd. trata de justificar el penoso espectáculo a que ha dado lugar su contumaz empecinamiento para exhumar el cadáver de Francisco Franco (el dictador como ha obligado a llamarlo así en todos los medios afines que cubrieron su particular NODO) y que transmitieron con indisimulada alegría y sectarismo progresista desde la televisión pública TVE hasta las integradas en los grupos de Atresmedia  o Mediaset (Antena3, Telecinco y por supuesto la Sexta).

Pues mire, Sr. Presidente, yo soy uno de los españolitos que según su mitin electoralista ha vivido traumatizado porque a mi buena madre se le ocurrió parirme  en el año 1945 en tierras africanas y precisamente en la ciudad de Melilla, que protagonizó el alzamiento nacional aquel 17 de julio de 1936, por cierto fecha que nunca fue objeto de ningún tipo de celebración durante el franquismo.

Soy también uno de los españolitos que fui educado, trabajó y me socialicé durante el franquismo. Estudié el bachiller en un colegio privado de religiosos, mi ajetreada vida universitaria transcurrió en el hervidero político que entonces era la Facultad de Derecho de la Complutense, donde me titulé y mi trabajo profesional lo desempeñé inicialmente en las Mutualidades Laborales, creadas por Franco para gestionar las cotizaciones y pensiones públicas de los trabajadores que, por cierto, en aquella época no estaban en peligro como ocurre hoy. Ni fui de la OJE, ni pertenecí al glorioso movimiento nacional, como algunos insignes socialistas, ni participé en ningún fervorín franquista. Es decir, una vida normal como la de millones de españoles entonces.

Permítame que le relate mi impresión de las vivencias que experimenté durante aquellos años que transcurrieron hasta la muerte del general Francisco Franco, a la sazón Jefe del Estado, del Movimiento y de un gobierno hecho a la imagen y semejanza de su poder unipersonal y absoluto. Durante el franquismo Sr Presidente, mi vida, como le acabo de decir, transcurrió en  una España sencilla pero muy trabajadora, cientos de miles de alumnos se educaban en colegios diferenciados  privados religiosos o no y en colegios e institutos públicos; no conocíamos las drogas ni el el mobbing, los profesores eran respetados y el nivel de las enseñanza era muy elevado sin que abundaran los fracasos escolare; reinaba un ambiente de mutua comprensión y respeto en las relaciones entre las personas de ambos sexos, las familias participaban y se preocupaban de las actividades escolares de sus hijos y no conocíamos ni proliferaban la existencia de casos de violencia familiar y machista como los que hoy nos Invaden ni tampoco entre alumnos, ni con profesores ni de estos con los padres.

Las Universidades gozaban de gran prestigio por la calidad y preparación de su profesorado, muchos de los catedráticos y profesores adjuntos eran admirados por su alta preparación académica y su nivel de exigencia y el clima con los alumnos era de mutua colaboración y respeto. En la década de los 60, ese clima se convirtió además en una mutua empatía y entendimiento entre unos y otros para exigir desde las aulas, la libertad y la participación política. Es así como la Universidad llevó la voz cantante de una revolución de ideas y asambleas que clamaban y se enfrentaban día a día al estado policial de la dictadura , en una lucha constante para conseguir la apertura política del régimen.

Bien es verdad que una agonía que recuerdo larga y hasta inhumana, terminó  con la vida de quien durante más de cuatro décadas tuvo el destino de España en sus manos soberanas y absolutistas. Fue nuestra generación y no la suya, Sr. Presidente, quien se rebeló para terminar con un  largo período de ostracismo político impuesto por quienes se declararon vencedores en una guerra fratricida, originada por el estrepitoso fracaso de la República, que afortunadamente no tuvimos que sufrir y padecer quienes nacimos unos pocos años después.

Ni fuimos unas generaciones traumatizadas ni adocenadas con el poder establecido. Ayudamos a modernizar España con nuestro esfuerzo profesional y político y los que tuvimos el privilegio de hacerlo además desde las instituciones nacionales o internacionales disfrutamos del prestigio de una Nación que supo “transitar” pacifica y ordenadamente desde una dictadura a una democracia, enterrando viejos odios y enfrentamientos que Vd., lamentablemente, con su tenaz y tozuda irresponsabilidad ha resucitado a costa de  la exhumación berlanguiana de los restos de Franco y de la humillación innecesaria de sus familiares, despertando así en el pueblo español sentimientos encontrados que estaban tan enterrados como los del propio dictador.

La paz y la convivencia que con tanto esfuerzo y generosidad conseguimos las generaciones de la transición española están muy bien reflejadas en las palabras escritas con letras de oro en el diario de sesiones del Congreso de los Diputados, durante el debate de la Ley de Amnistía el 14 de Octubre de 1977  y que pronunció el diputado comunista Marcelino Camacho, un represaliado y encarcelado del régimen franquista, que vivió y murió con la dignidad de un hombre consecuente con sus trayectoria e ideas:

“Nosotros considerábamos que la pieza capital de esta política de reconciliación nacional tenía que ser la amnistía. ¿Cómo podíamos reconciliarnos los que nos habíamos estado matando los unos a los otros, si no borrábamos ese pasado de una vez para siempre?

Para nosotros, tanto como reparación de injusticias cometidas a lo largo de estos cuarenta años de dictadura, la amnistía es una política nacional y democrática, la única consecuente que puede cerrar ese pasado de guerras civiles y de cruzadas. Queremos abrir la vía a la paz y libertad. Queremos cerrar una etapa; queremos abrir otra. Nosotros, precisamente los comunistas, que tantas heridas tenemos, que tanto hemos sufrido, hemos enterrado nuestros muertos y nuestros rencores. Nosotros estamos resueltos a marchar hacia delante en esa vía de libertad, en esa vía de la paz y del progreso”

Léalas y medítelas, Sr. Presidente, por su bien y por el de millones de españoles,