Según el principio de Peter, en cualquier organización, quienes realizan bien su trabajo son promocionados a puestos de mayor responsabilidad hasta llegar al puesto donde alcanzan su máximo nivel de incompetencia; y ahí se quedan, para perjuicio de todos. Pero este principio se suele incumplir en la política, donde hay demasiados incompetentes/as que no paran de ascender. Es el caso de Carmen Calvo, que aprovechando la ola de la cuota femenina (que, para algunas ultrafeministas como ella, ha sido tsunami), hace tiempo que dejó atrás su máximo nivel de incompetencia. No se trata solo de sus deslices y pestiños progrefeministoides («ni Pixie ni Dixie», «soy cocinera antes que fraila», «el español está lleno de "anglicanismos"», «hay que acabar con el estereotipo del amor romántico: es machismo encubierto», etc.); sino de su vanidosillo talante que la lleva a ir de sobrada por la vida creyendo que todos somos idiotas. Como acabamos de comprobar con su manipuladora visita al Vaticano. Pero eso sí: reconozcamos que, para gozo de comentaristas, nunca defrauda: siempre tira al monte de un buen titular. Aunque mucho peor que ella son quienes la han ido ascendiendo. El último, un mentiroso compulsivo, encumbrado gracias a la (tan poco feminista) «cuota guapo/a».