Sr. Director:

Érase una vez una jovencita que, adoctrinada desde su más tierna infancia en el feminismo de género y un avanzado progresismo ecologista, optó por definirse como mujer heterosexual, pues además de poseer órganos sexuales femeninos, también le gustaban los hombres, pese al insensible primitivismo machirulo. 

Aleccionada en un rabioso empoderamiento, le habían convencido de que era libre y capaz de hacer todo lo que le apeteciera como dueña de su cuerpo y de sus relaciones. Nada debía de temer de sus amiguetes de juergas y festejos, por muy verracos que a veces se pusieran: porque “el no es no” y punto. Y acaso fuera por la firme credulidad en todas estas consignas, por lo que una mala noche recibió las primeras dentelladas por uno de sus coleguitas, cuya faena acabó “interrumpida” entre lágrimas en una clínica.

Y acaso fue también por lo que otro mal día, cuando paseaba por un paraje solitario para ver a su abuelita, fue sorprendida por un ser parecido a un lobo, cuyo ataque no pudo impedir, por más que intentó convencerle de que ella amaba mucho a todos los animales, y que el no era no. A veces se angustiaba nuestra Caperucita preguntándose por qué le sucedían unas cosas tan terribles a ella... que siempre había seguido dócilmente todo lo que le habían enseñado desde pequeñita.