Sr. Director: Veinte años de aquel impacto brutal  que recibimos con el secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco, en el que ETA nos volvió a demostrar su auténtica naturaleza, cuando aún disfrutábamos la alegría de la liberación del gran Ortega Lara. Veinte años y seguimos con un gastado discurso triunfalista como si todo aquello perteneciese a un tiempo felizmente superado. «¡Aunque no quieran reconocerlo, los terroristas fueron derrotados y ganó la democracia y la libertad! ¡Celebremos la victoria que supuso el espíritu de Ermua y acabar con la ETA!». ¿De verdad creemos que acabamos con la ETA porque dejaron de matar? ¡Y cómo no iban a hacerlo si se les legitimó el acceso a sus objetivos desde cómodos despachos? Hay verdades que duelen demasiado, y una es que la violencia asesina de los etarras durante décadas resultó políticamente rentable para los criminales, para quienes les apoyaban y cobijaban, y para quienes no coincidiendo con sus métodos, sí lo hacían con sus aspiraciones secesionistas. Son los mismos que insisten en vendernos la falsa equidistancia entre víctimas y verdugos, que tanto gusta a los siempre cercanos y comprensivos con los criminales. Pero veinte años después de todo aquello, si al final los etarras y sus voceros se sienten más crecidos y seguros, si ya se tienen como interlocutores legítimos, si siguen chuleándose en pueblos y ciudades, si desgraciadamente -y como todo parece apuntar-, se acabará trasladando a los presos etarras a prisiones más cercanas a sus lugares de origen, para después... ¿De qué sirvió la muerte de Miguel Ángel Blanco y todos aquellos sufrimientos? Mejor ni planteárselo. Miguel Ángel Loma