Sr. Director: "Cuando escribo la presente estoy bien de salud, gracias a Dios, y espero que Vd. también lo esté". Con esta frase solían empezar las cartas de nuestros abuelos. Es una frase clásica de la literatura epistolar, en la que, el que escribía, intentaba tranquilizar al destinatario sobre su estado. Pero consciente de que la carta tardaría en llegarle semanas o meses, decía, muy bien, "cuando escribo", es decir, en ese momento, porque no sé cómo estaré cuando la lea, porque el futuro, lo que pasará a partir de este momento, lo ignoro. Pero el "gracias a Dios", era un acto de fe, un modo de solicitar, en un tiempo en el que todo era inseguro e incierto, que no le retirara su ángel protector. Yo, al redactar estas líneas ahora, también "estoy bien, gracias a Dios", y espero que Vds. lo estén igualmente. Como nuestros antepasados, confío en mi "ángel de la guarda" porque, con la que está cayendo, nadie sabe cómo estaremos dentro de unos meses. Y es que nos encontramos en el día de los "ángeles protectores". Los Santos Arcángeles, Miguel, Gabriel y Rafael. Son algo así como los generales de división que mandan el ejército de ángeles. Por debajo de ellos les sigue todo un continuo de categorías y graduaciones (virtudes, principados, serafines, querubines…etc.), cada uno con su misión y mando, hasta llegar a la "tropa" que, suponíamos, serían los "querubines". Y, también queremos creer, que son estos los que tenemos asignados, como "ángel protector" cada uno de nosotros. Según la tradición y la iconografía, nuestro "querubín" particular nos acompaña como una sombra invisible, situado a nuestra derecha. Y ya se sabe que, a nuestra izquierda, se sitúa nuestro, también particular, demonio, nuestro "ángel malo". No sé si, a los niños de hoy, se les seguirá enseñando esta historia del ángel bueno y del ángel malo. Supongo que sí se hará en los colegios religiosos, en las catequesis de las  parroquias, y que muchas familias seguirán haciéndolo con sus hijos y nietos, sobre todo a la hora de dormir. Porque a la hora de irse a la cama se suele invocar al "ángel de la guarda", para que proteja al niño, o niña, en el sueño y que nada los intranquilice, y no deje que se acerque el ángel malo y lo despierte. Con el sentido práctico que ahora tenemos, se puede suponer que tenemos a una niñera permanente, a una "canguro", que protege al niño. A mí, que quiero seguir siendo un poco infantil, no me avergüenza decir que creo que tengo a mi ángel particular revoloteando por mi derecha, y espantando, como si de un moscardón impertinente se tratara, al demonio que intenta acercarse por mi izquierda. Incluso cuando hago algo que considero bueno, me divierte pensar que mi ángel bueno me ha echado una mano, y si lo que he hecho es malo no puedo evitar el reconocer que, esa vez, es el ángel malo el que se ha salido con la suya. Es un ejercicio mental que me entretiene mucho, pero es que, además, considero que las historias de ángeles y demonios han sido fundamentales para entender, desde niños, los conceptos de lo que es "bueno" y de lo que es "malo" en nuestra sociedad. Lo que no sé, y les aseguro que siempre me ha intrigado, es porqué el ángel bueno se sitúa a la derecha y el malo a la izquierda. Desde que la tradición de los ángeles nació, hace centenares de años, el mundo de cultura cristiana, ha asociado lo "bueno" con la derecha y lo "malo" con la izquierda. No es ninguna casualidad el que seamos mayoritariamente diestros, y que, hasta hace poco, se forzaba, con castigos incluso, a los niños zurdos para que cambiaran de mano. Y es por esto por lo que, desde que en el Siglo XVIII, con la Revolución francesa, aparece el concepto político de "derechas" e "izquierdas", según la ubicación de los diputados en la asamblea. En la derecha se sentaron los Girondinos (partidarios de una monarquía parlamentaria) y en la izquierda los Jacobinos (partidarios de una República). Hace "cuatro días", como quien dice, desde entonces, la "izquierda" aún no ha podido quitarse de encima la asociación mental, el estigma, de que son los "malos de la película". Pero, afortunadamente, las cosas han cambiado, y las ideas políticas ya no hacen "bueno" o "malo" a nadie. Ideas y conceptos políticos que fueron bandera de unos o de otros, y motivo de enfrentamientos, guerras y revoluciones durante décadas, son asumidos con normalidad por la mayoría de los europeos. Así, el Papa Benedicto XVI decía que "el laicismo no tiene por qué estar en contra de la religión", y mucho menos, añado yo, de la cultura. Y es que, en el fondo, el "laicismo" no es más que una especie de democratización, de socialización de la religión, para que deje de ser patrimonio exclusivo de unos o de otros. Pero toda esta evolución, como también remarcaba el Papa, es posible porque se produce en un ámbito cultural que la propicia. Ninguna otra religión, ninguna otra cultura, ha podido elaborar un modo de vida que permita revisar, con normalidad, ideas y pensamientos. Y conviene no olvidarlo porque, una cosa es respetar las creencias de los demás, y otra muy distinta es querer destruir las propias, y desnaturalizar la cultura y la idea de lo que es "bueno" o "malo" en la sociedad que lo ha hecho posible. Ni son malas las "izquierdas", ni son buenas las "derechas", pero como los "ángeles" y los "demonios", todos estos conceptos siguen siendo necesarios para entender nuestro mundo. V.B.