Sr. Director:

Era la primera vez que iba a un acto político. Quería comprobar por mí mismo si Vox era como parece ser. Allí me encontré con gente normal y corriente que parecían haber perdido el miedo a escuchar y decir lo que, desde hace años, se viene pensando y comentando en privado. Gente que se venía considerando un bicho raro por criticar las autonomías; por alarmarse ante tanta inmigración irregular; por percibir el gran despilfarro subvencionador que financia asociaciones de la ultraizquierda, nacionalistas/aberchales y feminazis; por pensar que los niños tienen pene y las niñas vulva; por no entender la llamada inmersión/inversión lingüística, por alarmarse ante un sistema educativo cada vez más mediocre y anodino, falto de inspecciones que depuren la ideologización sectaria y antiespañola. Y así podríamos continuar.

Algo está cambiando en España. Ha llegado la hora de que todos salgamos del armario, también la gente normal -sí, normal- ha empezado a salir del armario de los complejos. Un armario de puertas lacradas por un supuesto progresismo. Puertas embadurnadas por la lacra de la leyenda negra y untadas de memoria histórica. Puertas selladas por toda la prensa de la izquierda y de casi toda la prensa liberal buenista. Eso sí, un liberalismo libertario, falto de ética y lleno de prejuicios contra la gente que pude ver a mi alrededor en ese acto. Resulta inexplicable que los líderes mediáticos de la COPE y 13TV estén aún sujetos por los tentáculos de Pedro Arriola, ese que le puso la alfombra a Podemos y ha vetado a Vox. Tertulianos y presentadores que pontifican en el púlpito de las ondas con razonamientos contrarios a la propia razón y al sentido común, despreciando y criminalizando a una opción política que no sólo es legítima si no proporcionada y sensata. 

Algo está cambiando en España, cuando un partido incipiente, al que le viene muy bien conseguir afiliados, expulsa de sus filas a la mediática abogada Paloma Zorrilla y a su marido, Miguel Gurrea. Paloma se siente indignada porque ella no tiene nada que ver con que su marido practique abortos y sea el socio de la clínica abortista de Ansoáin. La buena de Paloma hubiera sido una carga de profundidad en un partido cuya seña de identidad es la de no prestarse a los buenismos de la corrección política. Un partido que pretende acabar con el aborto no puede tener en sus filas a personas abortistas, ni a sus cónyuges, ni a simpatizantes; salvo que no hable con sinceridad y solo quiera conseguir el poder. Es decir, lo que hemos venido padeciendo hasta ahora. Algo está cambiando en España cuando, hace unos días, publiqué una imagen en las redes sociales en la que se comparaba la protección que las leyes hacen de un huevo de águila y la desprotección hacia el embrión humano; inesperadamente, la publicación fue compartida más de mil veces. La gente normal -sí, normal- ha perdido el miedo a reconocer que el aborto es un hecho aberrante que denigra al ser humano y le arrebata la dignidad. Y, por fin, hay un partido político que no le importa reconocerlo y actuar contra la lacra criminal del capitalismo abortista. Quizá el resto de partidos debería depurarse, ahora ya existe una opción que puede acoger a los afiliados desengañados.

Gente buena y sana la hay en casi todos los partidos políticos, pero una cosa son las personas y otra la línea de actuación de un partido. Los partidos políticos actúan siguiendo estrategias que diseñan unos cuantos personajes. Luego, todos votan en los parlamentos según los dedos que levante el cabecilla de grupo. Esa estrategia es la que los votantes debemos valorar. La de quienes nos han gobernado hasta ahora la tenemos tan clara como la que Vox está mostrando, por eso está teniendo tanto éxito. No sólo hay que ser buenas personas, también la estrategia del partido debe ser buena. Las políticas buenistas han promovido corruptelas, separatismos, euskaldunización e inmoralidad desvergonzada. ¿Para qué quiero yo unos fueros si me arrebatan la identidad navarra además de conducirme al peor régimen fiscal que existe en España? ¡Qué carajo Iruña, si Pamplona ha sido, es y será Pamplona!