Sr. Director:

Tras el anuncio por parte del Gobierno de reformar de nuevo la ley del aborto, para que las jóvenes de 16 y 17 años (menores aún de edad) lo puedan ejecutar sin necesidad del consentimiento de sus padres o tutores, no pocos defensores de la vida de los seres humanos concebidos no nacidos, alegan la incoherencia que ello significaría respecto a otros actos de menor relevancia, donde la ley sí exige el consentimiento paterno de estas mismas jóvenes (como una excursión con el colegio, hacerse una operación estética o un tatuaje, etc.). 

Aunque dicha comparación es acertada para denunciar la inconsistencia de esta reforma, sin embargo con ella se corre el riesgo de eludir el núcleo esencial del tema, desplazándolo hacia un aspecto secundario: como sería hacer depender la vida del concebido, de la madurez de decisión de la embarazada; lo que implicaría asumir implícitamente el argumento proabortista por antonomasia. Porque el aborto significa algo tan grave e injusto como es eliminar voluntariamente al ser humano más inocente e indefenso, impidiéndole su desarrollo natural y su derecho a nacer y vivir. Y eso es así, exija o no una ley el consentimiento paterno de la embarazada para procurar la muerte de su hijo.