Sr. Director:

Hoy, 14 de agosto, celebramos a San Maximiliano Kolbe, el franciscano polaco asesinado en Auschwitz, en 1941, que dio su vida para salvar a un padre de familia, condenado a morir de hambre.

Y es que ya desde niño sabía que moriría siendo mártir. De hecho, el santo le confesó a su madre que, una noche, había “recibido la visita de María”. “La Virgen”, relató, “tenía en sus manos dos coronas, una blanca y otra roja”. Kolbe le explicaría a su madre que “la blanca significaba que perseveraría en la pureza y la roja que sería mártir” y que las había aceptado ambas.

Kolbe murió de inanición en su celda, convertida hoy en lugar de peregrinación, y su ejemplar sacrificio se divulgó por todo el mundo. Fue beatificado por Pablo VI en 1971 y canonizado por Juan Pablo II en 1982.