Dos cuestiones sobre el exministro de Trabajo y ex presidente de la Comunidad Valenciana, Eduardo Zaplana: por un lado, su delicadísimo estado de salud y, por otro, las acusaciones que pesan sobre él y que le mantienen en prisión provisional y sin fianza desde el mes de mayo.

Zaplana padece leucemia desde hace tiempo. Su estado es tan grave que el sábado 22, amigos y familiares dieron veracidad a un bulo sobre su fallecimiento y se apresuraron a dar el pésame a su esposa, Rosa Barceló. No, Zaplana no ha muerto, pero podría hacerlo en cualquier momento. De hecho, está ingresado en el hospital desde el martes 18.

Al ex presidente valenciano se le acusa de cobrar sobornos durante su mandato, pero lo cierto es que, a día de hoy no se conocen públicamente pruebas que lo incriminen. La investigación sigue secreta. Así las cosas, la juez María Isabel Rodríguez no le deja salir de prisión: teme que si lo hace se dedique a destruir pruebas e, incluso, se marche del país. Hasta cuatro veces le ha negado la excarcelación por motivos de salud.

¿De verdad alguien puede pensar que Zaplana puede fugarse de España y destruir documentos, en su estado de salud y después de una instrucción judicial de meses? ¿Estamos ante una medida justa -los jueces es lo que deben hacer, impartir justicia- o ante una medida de escarmiento? No es lo mismo.