Tres víctimas de la pederastia clerical han sido invitados a Roma con todos los honores por el Papa Francisco, un hombre que sabe reconocer sus errores, pues al principio no les creyó, y que les ha pedido perdón aunque él no fuera culpable como no lo somos el conjunto de los católicos.

Pero nada es suficiente. A cambio, el Papa ha recibido una arrogancia sin límites por parte de sus invitados, con un punto que resultaría cómico si no fuera trágico: uno de los agraviados se ha permitido aconsejar al Papa que la Iglesia trate los casos de pederastia clerical como “un delito y no como un pecado”.

La diferencia es que en la confesión se perdona a quien confiesa su culpa, mientras en los tribunales se le condena. La pederastia de un sacerdote es gravísima pero sospecho que estos señores no buscan justicia, sino venganza.

En cualquier caso, ¿cómo puñetas pretenden que trate la Iglesia el pecado si no es como pecado? Y por cierto, no lo está tratando como pecado, sino como delito.