El Tribunal Europeo de Derechos Humanos ha decretado que el bebé británico Charlie Gard debe morir. Sus padres se niegan y ciudadanos de los cinco continentes piden al hospital (en la imagen) que no desconecte el soporte vital que mantiene con vida a Charlie. Es igual, los obsesos de la muerte del inocente no cejan y cuentan con el apoyo del poder, en especial del poder más cruel de todos: el poder judicial, ante el que no cabe ni tan siquiera los dos tipos de apelación que conforman el alma humana: la de la conciencia y la de la clemencia. Es más, como ya no vivimos en la era de la progresía sino en la época de la blasfemia contra el Espíritu Santo -aquélla en la que al mal se le llama bien y al bien se le llama mal- los partidarios de cargarse a Charlie aseguran hacerlo en nombre de la clemencia. Charlie es un fiel reflejo de una sociedad podrida. Institucionalmente podrida. Hispanidad redaccion@hispanidad.com