La culpa la tuvo el genial Charles Dickens con su inefable Cuento de Navidad. Precioso, sin duda, sólo que más falso que una moneda de tres euros. Acabo de terminar Cuentos de Navidad que lleva por subtítulo "de los hermanos Grimm a Paul Auster". En otras palabras, cuentos de escritores europeos y norteamericanos. No dudo de su calidad literaria pero a lo más que llegan es a la fraternidad de los hombres o al Espíritu de la Navidad. Sólo los autores españoles (Emilia Pardo Bazán y  Azorín, por citar sólo dos) recrearon una Navidad que era el nacimiento del hijo de Dios, a pesar de que muchos de ellos no fueran muy píos, precisamente. Los anglosajones confunden caridad con fraternidad. Y claro, lo de enfrentarnos está muy bien pero no puede haber hermanos sin padre, sin caridad, sin Dios. Por otra parte, son los entes racionales, ángeles y hombres, los que tienen espíritu. La Navidad no tiene espíritu, salvo que, como el genial Dickens, en Cuento de Navidad, pretendamos elevar una cosa al nivel de persona o… espíritu. La Navidad es una festividad que conmemora el cumpleaños del Dios encarnado. Por tanto, el único espíritu de la Navidad es el espíritu de Cristo. Una vez más: la magia blanca no existe: sólo existe la magia negra y la gracia de Dios. ¿Preguntaba alguien por la diferencia entre catolicismo hispano y cristianismo protestante anglosajón? Ahí la tienen: para el español, clerical como el Padre Coloma o comecuras con Pérez Galdós, la Navidad es una fiesta formidable y espiritual, pero no es un espíritu. Hispanidad redaccion@hispanidad.com