Adolescente de 15 años, con padres separados, aprovecha para hacer lo que le viene en gana y volver a casa cuando le peta. El papá pierde los estribos y le arrea un bofetón. Siete meses de cárcel. Mala cosa, ciertamente aunque algunas bofetada pueden ser clasificadas como 'santa bofetada'. Ya saben: firmeza sin violencia, aunque la frontera entre imposición y violencia física, entre humillación y agresión, nunca la he tenido clara. En cualquier caso, mejor no arrear que arrear, aunque si no obligas a hacer las cosas por la fuerza cabe la posibilidad de que, sobre todo una adolescente, no las haga en modo alguno. En cualquier caso, la denunciante no fue la niñata de marras, sino su mamá y ex del condenado. Una señora, sin duda, rebosante de buenas intenciones. Especialmente hacia su 'ex'. Existen partidarios de encerrar al adolescente en una celda a eso de los 15, tirar la llave y volver a abrir la puerta a los 25, pero los pedagogos no acaban de aprobar un método educativo tan vanguardista, así que nos conformamos con solicitar pedir, respetuosamente, al Estado, por ejemplo, a los tribunales, que dejen de meterse en la familia. Porque si no es así, la educación de los hijos no será difícil: será misión imposible. Hispanidad redaccion@hispanidad.com