Tanto mensaje de emergencia climática, urgencia ecológica... ya saben, eso de que caminamos hacia la extinción nos está pasando factura, pero de verdad. Este fatalismo reinante esta causando estragos en la salud mental de buena parte de la población. Máxime si quiénes vaticinan estas profecías climáticas son altos dirigentes de la ONU, políticos europeos y activistas enfurecidos.

La histeria colectiva que desatan estos nefastos augurios de la élite político-científica se está haciendo patente en las consultas de psiquiatras y psicólogos. Y hasta hay término para definir la angustia y el sufrimiento causado por las incesantes imágenes de poblaciones desertizadas o regiones inundadas por el supuesto deshielo de los polos. Se trata del trastorno de solastalgia, un padecimiento de ansiedad climática debido al apocalipsis medioambiental que va a arrasar con las almas cándidas occidentales.

Y como la culpa de los ciclones o el aumento de dos grados en la temperatura del globo la tenemos los humanos, pues estamos empezando a sufrir un nuevo tipo de estrés denominado 'ecoansiedad'.

La sociedad de hoy ha instaurado una nueva religión, la de la lucha contra el cambio climático, con una nueva mártir, Greta Thunberg. Y los hay que lo creen a pies juntillas.

Pese a que más de 700 científicos no politizados refutan y demuestran que la mano del hombre no tiene nada que ver con las oscilaciones del clima del planeta durante su historia; los dogmas gretistas han calado en la población como una nueva biblia con sus santos (los activistas) y sus demonios (la clase media trabajadora contaminante).

 De nada vale que los países desarrollados cuenten cada vez con espacios más verdes. La posverdad y los viajes en catamarán de Greta, los discursos de Bardem o las confesiones ante el púlpito de Alejandro Sanz, se imponen a los datos empíricos.