Me encantan este tipo de noticias. Ya saben ustedes: resulta que cuando Pedro Picapiedra andaba por el mundo llamando a Vilma a grandes voces, las mujeres ya habían conseguido su puesto en la sociedad: compartían con los hombres el trabajo fuera del hogar, repartido entre cazadores y recolectores. De lo cual debemos deducir, ¡oh sí!, que las tesis feministas ya se abrían camino con los primeros vagidos de la historia. Luego vino la pérfida Edad Media, controlada por los curas, y el machismo se hizo dueño del mundo. La verdad es que ocurrió justo lo contrario. Durante la edad Media, y buena parte de la edad moderna, la familia constituía la unidad de producción principal, por lo que las mujeres y hombres compartían los trabajos de la granja -castillo o chabola- que no sólo era el hogar sino el despacho. Naturalmente, los hombres afrontaban los trabajos que precisaban más fuerza física, mientras la mujer lo compensaba con menor fuerza física pero mayor constancia. Cunado se inventaron las grandes empresas -un día muy feo- y las grandes urbes, es decir, cuando lo pequeño degeneró en grande, fue cuando todo se truncó y entonces la mujer comenzó a ser explotada en las grandes cadenas de producción. Sólo por casualidad, la patochada feminista surgió justamente entonces, al grito que resumiera Chesterton: "200.000 mujeres gritan: '¡No queremos que nadie nos dicte!'. Y a renglón seguido van y se hacen dactilógrafas". Dejaron de ser reinas de su casa para convertirse en esclavas de su jefe. ¿A éstas quién las ha engañado? Pero las feministas, como los viejos marxistas, se ven olvidadas a reescribir la historia. Es una tarea ardua y compleja, un mito de Sísifo condenado al fracaso. Pero ellas insisten: es muy loable. Hispanidad redaccion@hispanidad.com