No se está condenando a una atleta que se ha dopado, es decir, a una ventajista. Eso está muy bien. Aquí se está condenando no a uno sino a un país, a todos los atletas rusos, bajo la curiosa denominación de 'dopaje de Estado'. Ya saben, para evocar aquello del terrorismo de Estado. O mejor, recuerda a los famosos delitos de odio, el último invento del Nuevo Orden Mundial (NOM) para imponer lo políticamente correcto (preferentemente el aborto y la homosexualidad) a todo aquel que pretende pensar por sí mismo. No quieren unas Olimpiadas de Río limpias: lo que quieren es ensuciar a todo un país sencillamente porque no les gusta Putin, ese maestro de dictadores. Y qué curioso: resulta que Vladimir Putin tiene una popularidad entre los rusos de más del 90%, algo con lo que sueñan los líderes occidentales. Y los rusos, a día de hoy, no son unos tramposos del universo: el pueblo que, salió del comunismo, ciertamente, esa gran mentira, intenta escarmentar en cabeza propia y todavía cree que las cosas son lo que son, ergo que existe el bien y el mal, la verdad y la mentira, la belleza y la realidad. Occidente no lo tiene tan claro. Y lo del dopaje de Estado es una cacicada política anti-rusa. ¿No quedamos en que en los Juegos Olímpicos se enfrentaban atletas, no países? Hispanidad redaccion@hispanidad.com