Al parecer, revive Voltaire (en la imagen) y su tratado sobre la tolerancia, allá en París. Gran éxito tras la matanza de fanáticos musulmanes en Charlie Hebdo. O sea, me temo que los galgos han aprendido poco de la matanza.

Creo en la rectitud de intención de Gabriel Albiac. Lo mío no es racional sino confianza en un autor, en Albiac: soy poco volteriano. Por tanto, si él me dice que Voltaire aseguraba lo siguiente, le creo. Ahí va: "debe ser permitido a cada ciudadano no creer más que en su razón y pensar lo que esta razón, luminosa o errónea le dicte". Pues bien, no he visto frase más desgraciada, dos ideas ambas falsas, que son las que nos han llevado al actual irracionalismo del pensamiento débil. No, no ha sido la religión la que nos ha llevado a la locura y la ignorancia: ha sido la razón engreía en sus fueros.

¿No creer más que en la razón? ¡Oh, grandísimo majadero! Pero, hombre, si nuestra razón siempre será chata y corta. Por lo menos, denme la oportunidad de confiar en la razón ajena. Aún así, de poco me servirá para otra cosa que no sea lo mensurable. Y eso es tan poco. Por eso el racionalismo acabó en empirismo y por eso el empirismo acabó en locura y capricho.

¿Que no importa que la razón lleve al error? Entones, ¿qué es lo que importa? Mi propio orgullo de no hacer caso de nadie salvo de mí mismo?

Decididamente, si la primera consecuencia de la crudelísima matanza de Charlie Hebdo, consiste en que Voltaire se convierta en un superventas, los franceses no han aprendido mucho de la tragedia. Siguen creyendo que la libertad de expresión legitima la libertad de injuria. Y, claro, si nada merece la pena, como asegura el renacido Voltaire, si la verdad no existe y sólo se valora la libertad individual y el individual orgullo de no someterse, ni tan siquiera en uso de la libertad, a nada ni a nadie, ¿qué más da todo? Un hombre no se puede sentir ofendido por nada, que es tanto como decir que el hombre es una gelatina sin convicciones, por tanto, sin pulso. La gelatina volteriana.

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