Decíamos el lunes que gracias a Internet el periodismo atraviesa su mejor momento. El martes, que era un paraíso de libertad casi imposible de controlar. El miércoles, que el periodismo de red (de la WWW) se había convertido en el único altavoz de la verdad frente al pretendido 'rigor' que el poder exige a la prensa. Pero las acusaciones contra algo tan molesto como la prensa independiente de Internet no se quedan ahí, no señor. Alcanzan al vocablo de moda: corrupción. La prensa de Internet es corrupta y, pasando de lo general a lo particular, a los medios pequeños de Internet se nos acusa de 'chantajistas'. Los señores de la prensa, los grandes multimedia, son esa gente limpísima, digna de elogio y encomio. Aquí opera un curioso principio: se llama chantajista al que pide 1 euro y se tilda de eximio editor al que exige un millón. Pero es que el gran editor es de los nietos, de los poderosos, y, además, el poder político y económico sabe que… es de los nuestros. Naturalmente, se trata de una mentira gorda. El verdadero chantajista es la gran empresa periodística o el periodista que mueve mucho dinero. Pero voy haciéndome mayor y me cansa pelearme, una y otra vez, con los mismos molinos de viento. A fin de cuentas, la honradez no se pregona, se demuestra. Eso sí, hay algo que sí me gustaría recordar. El principal enemigo de la libertad de prensa de hoy es la confusión entre información y publicidad, lo que podríamos llamar publicidad encubierta o reputación forzada. Hablo del periodista de televisión que ataca despiadadamente al político corrupto de turno, de izquierdas o de derechas, para, a renglón seguido, sin pausa, animarnos a consumir la mejor pasta dentífrica del mercado. Es el locutor, conciencia social de los humillados, que nos ofrece, sin solución de continuidad, el mejor hotel para pasar sus vacaciones. O, quizás lo peor, el medio escrito, vegetal o digital, que recibe dinero, no por mentir -¡eso nunca!- pero sí por hablar positivamente de la labor filantrópica, humanista, de este personaje o de aquella empresa, en las páginas de información o de opinión. En definitiva, el periodista pone el prestigio de su firma, o de su imagen, al servicio de una marca. Utiliza su reputación informativa como propaganda comercial. Ojo, todas esas actividades son legítimas, pero mientras se presenten debidamente separadas. La línea roja consiste en que el lector, todo lector, desde el más avispado al más pasivo, pueda distinguir lo que es información de lo que es publicidad. Y lo peor es cuando se trata de publicidad oculta. Pagar para no salir, algo a lo que están dispuestas muchas firmas. Una de las mayores empresas españolas presume de no hacer publicidad -hasta que no pueda demostrarlo con las pruebas que exige un tribunal me callaré el nombre-, pero paga hermosas cantidades a los medios, a los editores, se entiende. ¿Por salir? No, por no salir. En la misma línea: en Hispanidad recibimos muchas críticas de este cariz: han destacado ustedes este aspecto positivo de esta empresa y resulta que, justo al lado del artículo tenían el 'banner' de dicha empresa. Pero hombre, si el banner, el anuncio, es la prueba de que la relación es limpia. El problema viene cuando no sale el banner. En cualquier caso, ser grande no significa ser más libre. Los periodistas que trabajan en medios consolidados trabajan menos que los de la prensa pequeña e independiente -es lo que se llama productividad-, pero son menos libres. Un trasatlántico no es más eficaz que una barquichuela: necesita más combustible. Eulogio López eulogio@hispanidad.com