El zapaterismo empezó con un estallido y terminará con un país deprimido, pero su líder prefiere morir matando. Sus relaciones con Rubalcaba no son ni malas ni peores: son inexistentes. Mientras, el PP de Rajoy recupera lo peor del Aznarismo: se han convertido en una maquinaria de poder ajena a cualquier otro principio que no sea el posibilismo. Un detalle: Federico Trillo evita cualquier pregunta sobre el aborto Posiblemente, en lo único que, a día de hoy, febrero de 2011, coincidan todos los españoles es en que Rodríguez Zapatero debía abandonar el poder sin tardanza. La gente, de izquierdas y de derechas, no quiere elecciones: quiere que se marche. Los votantes socialistas, para que le sustituya Rubalcaba o Chacón. Los votantes del PP, para resarcirse y el común de los ciudadanos porque consideran que, venga lo que venga, socialista o popular, no puede ser peor que esto.
El Zapaterismo comenzó con un estallido sangriento, el del 11-M, y terminará con un país sumido en la más profunda depresión, con la inmensa mayoría de los españoles abrumados por la falta de ilusión, es decir, de ideales y pendientes de sobrevivir.
Sin embargo, el presidente del Gobierno está dispuesto a morir matando. Esta egolatría, que constituye el sello de su personalidad, es incapaz de arrepentirse de nada y ya no acepta ni la convocatoria de elecciones ni ceder la primacía en su propio partido. Sus relaciones con su segundo, Alfredo Pérez Rubalcaba no son ni malas ni peores: son inexistentes.
Pero el efecto deprimente de su gestión y de su talante ha inundado el país entero. Desde la visita de Angela Merkel está convencido de que es un líder reconocido en Europa, sin darse cuenta de que los alemanes, dueños de la Unión, le dan palmaditas sólo porque ha aceptado convertir a España en una colonia del Eje París-Berlín, en un país que ya no pinta nada en Europa.
Enfrente, el Partido Popular de Mariano Rajoy, ebrio de encuestas que le aseguran el triunfo, ha retomado lo peor del Aznarismo: se ha convertido en una maquinaria de poder que no atiende a principio alguno. En resumen, el PP ha vuelto al centro-reformismo, una tecnocracia que hizo de Aznar, un hombre obsesionado con la gestión y despreocupado de gobernar, que no es otra cosa que aplicar un ideario refrendado por las urnas.
Una anécdota ilustra a la perfección lo que está ocurriendo en el Partido Popular. Federico Trillo, el responsable de Justicia e Interior de la formación, rehúye cualquier pregunta sobre el aborto, la última vez durante su participación en el Foro de la Nueva Economía. Precisamente él, que presentó ante el Tribunal Constitucional el recurso del PP contra la ley del aborto de Felipe González, en 1985.
La opción elegida por el PP es sintomática del centro reformismo: la ley del aborto de 2010 es mala, no por abortista, sino porque la ha promulgado el Gobierno Zapatero. Sin embargo, la ley de 1985 es bonísima -aunque Trillo la recurrió- porque durante los ochos años de Aznar ni se preocuparon en tocarla, no fuera a hacerles perder votos.
Por lo demás España sólo necesita una cosa: un psiquiatra.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com